
No
sé en qué momento decidí que era mejor ser una zorra que una mujer orgullosa.
La
fiesta estaba organizada por el nuevo director de la oficina, un chaval de
medio pelo con mucha labia pero sin sangre. Habíamos acudido casi todos por el
mero hecho de pasar una noche alegre, cenar gratis y poco más. Algunos habían
traído a sus familias y los críos correteaban de un lado...