Contemplo
mi taza de café mientras decido si estoy preparado para viajar atrás en el
tiempo.
Mi
novia, o la que será mi novia, tiene nombre de puta: Amber. Sé poco más de
ella. Veinte y pocos años, sonrisa bonita y ojos grandes y expresivos. Muy dada
a la risa fácil pero con una mirada inteligente que brilla tras el flequillo de
su cabello cortado a cazuela. Curvas pronunciadas en su cuerpo sin llegar al exceso.
Dedos ágiles, uñas cortas. Es todo lo que sé de ella.
La
he conocido hace pocos minutos, en el bar del polígono donde habitualmente me
tomo un café antes de continuar en la fábrica. Amber, tal y como la llaman sus
amigas, está sentada junto a ellas en una de las mesas junto al ventanal. Es
guapa, muy guapa. Se ríe fácilmente, tapándose la boca cuando sus carcajadas
suben de tono. Se levanta más tarde de su silla y camina hacia los servicios.
Tengo tiempo de ver su bonita figura pasar por delante de mí.
-Hola,
Amber. Cuánto tiempo sin verte.
Se
detiene a mi lado. Me mira entornando los ojos, todavía con la sonrisa en sus
labios. Intenta recordar de qué me conoce.
-¿Nos
conocemos?
-Claro.
Me llamo Juan. ¿Ves? Ya nos conocemos.
Su
sonrisa muere mientras nos miramos fijamente. Sus ojos escudriñan mi cara. No
avanzan más allá de mi cuello pues el mono amarillo del trabajo no ofrece
demasiado interés.
-Bueno,
encantado de conocerte, Juan. Adiós.
Me
levanto del taburete cuando Amber sigue caminando hacia los servicios, dando
por finalizada nuestra conversación.
-No,
espera, Amber. Perdona si te he incomodado. Solo quería conocerte.
-Ya
nos hemos conocido, Juan. Adiós.
-Pero…
Amber
se gira y me dedica una sonrisa.
-Oye,
Juan, no creas que no me siento halagada. Has intentado ligar conmigo. Eres
majo, atrevido y no estás mal. Pero no estoy interesada. Prueba con otra. Y,
ahora, disculpa pero me temo que lo nuestro se ha acabado.
Al
cabo de cinco minutos sale del servicio. Pasa por mi lado y no me mira, como si
fuese transparente. Está seria pero recupera su bonita sonrisa al sentarse
junto a sus amigas. Piden la cuenta y salen del bar.
Entonces,
el camión las atropella.
Ocurre
en poco más de un parpadeo. Se las lleva por delante. A ella y a sus dos
amigas. En el bar algunos chillan y alguien pide que se llame rápido a
emergencias.
Salimos
a la calle en tromba.
Los
tres cuerpos están tendidos en el suelo. La sangre se esparce con rapidez sobre
el asfalto. Los miembros están doblados, aplastados y seccionados. El cabello
de Amber está apelmazado, empapado de líquido rojo que fluye de su cuello.
Alguien
grita que es enfermero, que nos apartemos y las toma el pulso. El del camión,
que ha detenido el vehículo a los pocos metros, llega corriendo y se lleva las
manos a la cabeza mientras abre los ojos. Se ve terror, horror, miedo en su
mirada. El conductor se echa a llorar mientras no deja de sujetarse la cabeza.
Las
tres están muertas. Amber está muerta.
Vuelvo
al bar y, no hay nadie a mi lado, no hay nadie dentro del bar. Me siento en el
taburete y contemplo mi taza de café.
Tengo
el estómago revuelto. No he vomitado, como algunos clientes del bar ahí afuera.
Quiero viajar atrás en el tiempo y salvar a Amber, a esas chicas. Sus vidas no
pueden acabar así, en un accidente estúpido y sin sentido. Yo puedo hacer algo.
Pero,
cuando realice el viaje, no recordaré nada de lo vivido. Olvidaré qué me dijo
Amber cuando intenté hablar con ella, cuando intenté conocerla. Será todo
nuevo.
En
realidad no sé si ya he viajado atrás en el tiempo y estoy reviviendo una
situación repetida. Quizá Amber haya muerto antes. Una vez, tres veces, diez
veces. Y yo sigo queriendo salvarla. Sin éxito.
Pero
Amber puede vivir. De nuevo. Aunque solo sean diez minutos, el tiempo desde que
me fijo en ella hasta que el camión la mata.
Quiero
verla de nuevo sonreír. Quiero ver su pelo fino y oscuro agitarse sobre su
cabeza mientras se tapa la boca cuando ríe con fuerza.
Aunque
lo cierto es que no podré evitar su muerte.
Todo
sucederá igual que ahora. Intentaré charlar con ella. Me rechazará y luego el
camión me la arrebatará.
¿Qué
es más importante? ¿Recuperar por unos minutos los sentimientos que ha
despertado en mí o dejarlo estar?
Quizá
esta vez sea diferente. Quizá Amber viva. No lo sé. Nunca lo sabré pues si
vuelvo atrás en el tiempo no tendré conocimiento de su muerte en esta realidad.
Ni
siquiera sé si puedo viajar en el tiempo. Sé que puedo, pero solo lo sé porque
alguien me dijo de pequeño que podía. Nunca lo he podido demostrar. Es difícil
cuando olvidas la realidad de la que procedes.
Las
sirenas de las ambulancias se oyen a lo lejos. Sigo sentado en el taburete,
contemplando mi taza de café.
He
tomado una decisión.
No
sé si estoy haciendo lo correcto, como tampoco lo sabré si actuase de otra
forma. Cierro los ojos y apuro el café mientras aprieto el puño de la otra
mano.
Luego
salgo del bar y no miro atrás mientras camino de regreso a la fábrica.
Como siempre sorprendiendo...
ResponderEliminarEs un placer leerte. Ojalá lo hagas más.
Si un día publicas, venderás. Al menos es mucho mejor lo que escribes que lo que anda publicado por ahí.
Gracias por compartirlo.
Gracias.
ResponderEliminarHiciste bien, era un puto círculo vicioso, Juan, deja al destino seguir su senda por más de que duela al corazón, a veces, el mayor sacrificio por amor es dejarla ir :-(
ResponderEliminarLa condición de no recordar nada al viajar es cuanto menos peculiar (no quiero decir gratuito porque ahora mismo creo que tiene sentido y todo), pero bueno, le da un toquecito especial a esto de viajar. Y claro, le da la razón de ser al relato.
Espero que estés bien. Me alegra que el laburo esté aumentando, siempre y cuando tu bolsillo también, ¡ja!
Abrazos.
¿Sabes que me hace gracia lo de "laburo"?
ResponderEliminarEs una palabra simpática, que me recuerda a "labor". ¿A qué te dedicas? A mis labores.
Lo de que mi bolsillo aumente, francamente, con la que está cayendo, me conformo con que, al agitarlo, algo suene dentro a fin de mes.
Un saludo.