RSS
Facebook

viernes, 2 de julio de 2010

FANTASÍA AUTOBUSIL

-->
Subo al autobús.
Voy en dirección al trabajo, para ello cojo el 4, me bajo en la Plaza de la Concordia, hago transbordo en el 12 y llego al polígono industrial donde está la fábrica de golosinas donde trabajo. Todos los días, de lunes a sábado. Mañana y tarde, o tarde y noche. Estamos en agosto: altas temperaturas en la calle, en el autobús huele a sudor rancio, bebés berreando, carritos de la compra desperdigados, ancianos con mirada de águila buscando dónde sentarse, caras somnolientas, música de fondo, frenazos, obras, ding, yo me bajo aquí, ¡espere, espere!, gritan a mi lado, que viene corriendo, ya lo perdió.
Esta tarde es diferente. Despego la mirada de la barra donde me cuelgo cual macaco. Saco del morral a mi costado el botellín de agua. Glu, glu, este calor es asfixiante. ¡El aire acondicionado!, gritan al fondo, a punto de derretirse. Giro la cabeza. Bizqueo extasiado. Menudo monumento de jaca predispuesta tengo delante. Es jovencita, vibrante, tierna juventud; teniéndose de pie por el solo efecto de las miradas que la sostienen. Cuerpo cimbreado, sinuoso. Cabellera oscura, lustrosa, piel tostada, mirada azulina hechizante, labios gruesos y barbilla jactanciosa. Un cuello realzado con pendientes enormes da paso a una blusita de color hueso donde dos pechos colmados rematan las arrugas de la tela con dos pezones puntiagudos. Botones desabrochados abajo, dejando libre un ombligo. Y más allá… más allá… un inconmensurable espacio de vientre tostado hasta llegar casi a la ingle, hasta un pantaloncito vaquero de aspecto frágil, rompible en las nalgas. Luego largura inmensa, piernas desnudas y torneadas, tostadas como el resto de la carne visible. Suavidad aterciopelada, ternura indescriptible. La joven se sabe rodeada de un embravecido mar de deseos masculinos, podría alcanzar cualquier rastro libidinoso con la mano, son palpables. Miradas masculinas desnudándola, follándola con los ojos. Frenazo brusco, tetas arrastradas por la divina fuerza de la inercia, una ola de suspiros masculinos y navajazos aparentemente indiferentes de las demás féminas. Éstas pensarán que qué guarra es, ir así, medio desnuda, enseñándolo todo, no tendrá madre para decirla que viste como una putón, porque eso es lo que será, se dicen, una putona calienta-pollas, cuyo papi y mami la han dado rostro escandalizador, cuerpo pecaminoso, mirada tentadora. Esas son las que te roban al novio con un chasquear de dedos, con un meneo de tetas, con un mohín de picardía. Esas son, sí. Las que pervierten a los hombres con sus andares de nalgas presurosas, de posturas agravantes, de agitaciones testiculares. Dame de eso que tienes en la bragueta, cariño, dame que yo lo sabré guardar bien recogidito entre mis tetas o entre mis piernas, allí donde jamás tendrás acceso. Nunca jamás.
Un anciano corre como un poseso a la caza de un asiento y codea en una teta a nuestra diosa, quita de en medio, putona, parece decir. Ay, la ha dolido, lo mira extrañada, preguntándose porqué ha sido agredida, un mísero asiento, por un asqueroso apoya-culos. Pero el anciano es nuestro héroe, nuestro acaudillado, un héroe. La joven se frota la carne magullada sobre la blusa. Suspiros, anhelos, pollas irguiéndose, fiiiirmes. Es carne verdadera, no silicona pagada en oro al peso, con fresones puntiagudos, arañando la blusa. Ay, mi morena, como nos gustaría enterrar nuestra nariz entre tus globos, esos que algún día, quizás amamanten a un bebé. Ese día, en un parque, por la tarde, mientras se toma un refresco se sacaría una teta, gorda, repleta de alimento, coronada por pezones inflados y oscuros, de areolas invadiendo el grueso de la carne. Ay, quién sería bebé tuyo, morena, para chupar de tus tetas vivificadoras. Pero para tener un bebé antes habría que haberte montado, jaca mía. A pelo, sin condones plastificando nuestros internamientos. Tu cuerpo desnudo, receptivo, vamos, amor mío, dame tu semen procreador, escancia en mi cáliz tu vino de simiente. ¿Cómo la gustaría a mi morena follar? En un sofá no, muy prosaico. Y en una cama tampoco, muy anodino.
En un ascensor, sí, en un reducido cubículo al amparo de una llamada de emergencia. Eso la gusta más, sí. Y a mí también. Pulso el botón rojo. Tú, yo y cuatro espejos del suelo al techo tapizando el cubículo, extendiendo nuestras imágenes reflejadas hasta el horizonte. Me abrazas con decisión, hundiendo nuestras lenguas en boca ajena, apretando mis nalgas a través del pantalón, abriendo la bragueta, mi pene aparece encorvado, rindiendo pleitesía. Sin ropa interior, ya lo habíamos preparado: oye, cariño, me preguntaste antes, ¿te apetece que follemos ahora en el ascensor? Asiento y nos despojamos de ropa interior, solo la ropa que ahora llevamos, nada debajo, salimos de casa y montamos en el cubículo para desplazarnos hasta una planta ignota, una que jamás será alcanzada. Esos labios gordezuelos aprisionan mi miembro estampando besos empapados de saliva espesa, tórrida. Tu mirada azulina enmarcada por una sombra oscura de ojos se abre paso a través del espacio entre mi polla y mi boca. Engulles tragando saliva y lujuria. Tus dientes me arañan, me arrancan escalofríos libidinosos. Te levanto, tengo el nabo encharcado, meando tus babas espesas, tieso como el metal, duro como una piedra. Te abro la bragueta, deslizo tus shorts piernas abajo, inmensas, la prenda jamás llegará hasta tus tobillos. Un pubis rasurado y lechoso contrasta con el resto de tu carne tostada. Sabrosa delicia, manjar divino. Hundo mi cara en tu sexo, oprimo mis labios contra los tuyos, exhalas un gemido, te apoyas en la barandilla, tus pechos bailan carentes de sostén bajo la blusa. Encharco tu vulva, restriego mi cara en tu sexo, arranco destellos de orgasmo. Gimes gozosa, chillas alegre, jovial, menesterosa: cimbreas tus caderas dibujando óvalos sensuales y mi cabeza, un satélite esclavizado, te sigue en tu movimiento absorbente. No puedo más, la polla me va a explotar, el pellejo va a restallar en una explosión de lujuria. Te despojo de tus pantalones, me yergo y te alzo para aposentarte sobre mis caderas, arqueo las piernas, me apoyo en un espejo, te agarras a la barandilla y mi cuello. Dame un último respiro, mi morena, espera que te abro la blusa, quiero que tus tetas bailen para mí, luego podrás tenerme solo para tu goce. Claro que sí, cariño, respondes, todas para ti.
Deslizas una mano por detrás para guiar mi polla hasta tu entrada, aun conservas la entereza entre sudores de sonreír ladina y restregar mi nabo por tu vulva pringosa, acrecentando la hinchazón, expandiendo tus ansias, haciéndote gemir de puro deleite. Ya basta, morena, no juegues conmigo, bramo, y atenazo tus nalgas hundiendo la uñas en tu carne dúctil. Hundo el miembro hasta el vello, hasta donde nacen los huevos, donde se cocina mi simiente. Ahogas un grito asustada y recorro tu interior candente, deshaciendo obstáculos, removiendo brasas, saltando chispas. Tus tetas ya bailan para mí, danza embrujadora, pezones oscuros calmados, conservando su posición, pero carne aledaña lechosa agitándose como mar enfurecido. Tus tetas cabriolan y me hipnotizan, morena mía. Agárrate bien, cariño, la susurro apretando los dientes, hundiendo en cada acometida mi miembro, asolando tu desesperanza. Gimes oscura, insondable, garganta atravesada por el desfallecimiento. Estamos próximos, sí, ya llegamos a nuestro destino, más allá del nuestra imagen especular proyectada hasta el infinito.
Un sobresalto, un temor: el ascensor se mueve y nos miramos asustados. Ay, dios, nos pillarán desnudos, tu cuerpo moreno, lechoso en tus pechos y pubis, será recorrido por otras miradas, mi pene cubierto de fluidos diversos responderá a escrutadores vistazos, reprobadores en cualquier caso, conmiserantes con el tiempo. Tú y yo, morena mía, seremos causa del atornillamiento de una placa sobre el panel de mandos del elevador que rece: Abstenerse de utilizar el ascensor para perversiones. Pulso desbocado el botón rojo, para, maldito, para. Pero no se detiene, su ascensión es imparable, nuestro polvo llega a su fin. Te tapas los pechos en un intento desesperado de minimizar el escándalo, pero te mantienes junto a mí, solapada, penetrada, chorreando sudor por toda tu piel, con el cabello empapado y la mirada ansiosa, con nuestros corazones revolucionados, nuestra respiración en vilo. El ascensor llega a su destino, agitación dentro del cubículo al alcanzar el piso, un respingo mutuo, mi pene conserva milagrosamente su dureza y tu coño su viscosidad, las puertas se abren, nos preparamos para ser atravesados con lanzas de moralidad.
No hay nadie. Han llamado pero no hay nadie, el pasillo se alza ante nosotros vacío de personas, suspiramos sintiéndonos desfallecer. Sonreímos arrebolados, sofocados, pifiamos dando gracias a cualquier dios. Nos falta tiempo para pulsar el último piso y ocultarnos de los demás, recogernos en nuestro nido poblado de espejos.
Sigo dentro de ti, tú sigues pegada a mí. Entornas una sonrisa picarona y entrecierras los ojos azulinos, oprimes con tus piernas torneadas mis caderas, amarras con decisión la barandilla y pulsas nuevamente el botón rojo. Stop. El tiempo se detiene de nuevo, ¿dónde lo habíamos dejado, morena mía? Ah, sí, te estaba perforando el coño con mi polla, cariño, y tus tetas me bailaban delante de mi cara. No nos cuesta recuperar el ritmo, pero el repentino desconcierto y el miedo a ser descubiertos nos hace acelerarnos, hay urgencia en nuestros cuerpos deslizándose uno dentro del otro. Dame tu boca cariño, dámela, me da igual que no pueda ver tus pechos danzar, pero quiere tenerte dentro mío, tu lengua en mi interior, mi pene en el tuyo, tu lengua rebañando la saliva espesa de mi paladar, mi polla deshaciendo los pliegues de tu vagina pringosa.
Jadeos, gritos, gemidos entre cuatro cristales de un ascensor detenido. Te me corres antes, te siento gritar con fuerza, mordiéndome el cuello para ahogar los espasmos incontrolables que te sacuden el vientre. Yo me vengo después, sintiendo el semen ascender por mi pene y desparecer en tu interior, engulléndolo todo. Aprieto los dientes mientras eyaculo en tu interior, hundiendo muy adentro mis dedos en tus nalgas chorreantes de sudor.
Nos miramos sonrientes cuando la tormenta se calma, cuando las nubes se alejan, cuando escampa. Mi simiente viaja ahora en dirección a tu matriz deseosa de cumplir su función, tú lo sabes, yo lo sé. Embarazados. Recuperamos el resuello sentados en el suelo, uno enfrente del otro, tus pechos lechosos fabricarán el alimento de nuestro bebé, que emergerá de la entrada que acabo de horadar.
Sigo en el autobús, la morena ya se ha bajado, y yo sin enterarme. Una anciana calibra mi miembro empalmado, próximo a rebasar los límites de un calentón excusable. He sobrepasado mi parada. Pulso el botón, ding, para que el autobús se detenga en la próxima parada, un botón rojo para que se detenga mi ascensor, en busca de una tarde de trabajo anodina. No habrá morena esperando a agitarme en su interior cuando baje. Resoplo aburrido.

1 comentario:

  1. Excelente.Me gusta cómo está escrito, es elegante, tiene un toque melancólico o a mi me lo parece.Gracias

    ResponderEliminar

Comentar no cuesta nada salvo un pedazo de tu tiempo. Venga, coño, que es solo un minuto.