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viernes, 6 de abril de 2012

Dibujos


Hacía mucho tiempo que no dibujaba.
En un principio, y aunque no lo parezca, yo no escribía. Sólo dibujaba.
Desde pequeño no hacía otra cosa para llenar los ratos muertos que dibujar, pintar y más dibujar y más pintar. Era, supongo, una forma de dar escape a mi creatividad. Me llenaba y enriquecía mi imaginación pues, cuanto más dibujaba, más quería seguir dibujando. Y cuando me cansaba o la inspiración parecía resistirse a posarse sobre el folio en blanco, me bastaba con echar un vistazo a los dibujos de otros para volver a retomar, con más ganas si cabe, la tarea.
Pero algo se torció hace años. Aún no sé qué ocurrió. Simplemente, poco a poco, dejé de dibujar. Como un manantial que se agota, como una vida que se acaba, como un bolígrafo al que se le termina la tinta.
Me he dado cuenta que las cosas no son así. Uno no deja de dibujar o escribir porque no tenga ganas o le falte la inspiración. Uno deja de hacer las cosas que le gustan cuando le falta la ilusión.
La ilusión es el motor de todo. Algunos lo llaman esperanza; otros, perspectiva; los más, a falta de una palabra mejor, ganas.
Sin ilusión no se va a ninguna parte. Puedes ser el mejor en la tarea que realices pero, si falta la ilusión, el resultado estará muerto, carecerá de valor incluso para ti, que es al que va dirigido en última instancia.
¿Por qué no revivir aquellos momentos felices? Esos en los que las preocupaciones no existían, en el que la concentración era tan fuerte que te abstraías de todo y todos. ¿Por qué no?
Mis trazos ya no son lo que eran. He perdido bastante destreza y lo noto a cada línea, en cada curva dibujada, en cada boceto inconcluso.
Pero, ¿por qué no intentarlo?
Conseguir, lo conseguiré, no tengo duda alguna.

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