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viernes, 6 de abril de 2012

Mundos paralelos. Capítulo 1


El chico cogió las llaves de casa que se guardó en el bolsillo. Entró en la habitación vacía de su padre y cogió un billete de 20 euros.
—Marcho —gruñó atravesando el salón.
Su padre, tumbado en el sofá, se levantó de un respingo.
—¿Cómo?
—Marcho a tomar algo por ahí.
El hombre le miró sin esconder la rabia de su cara y agarró el brazo de Daniel con fuerza.
—¿Dónde coño vas a estas horas de la noche? ¿No es acaso miércoles? ¿No tienes que ir mañana al instituto?
—Es mi cumpleaños, papá, será solo un rato —replicó el chico retomando su camino hacia la puerta. Pero el brazo estaba firmemente sujeto.
—¿Cumpleaños? —apretó con más fuerza el brazo— ¿Qué cojones te crees que esto, niñato, “pensión Loli”?
El chico intentó librarse del agarre de su padre con un tirón pero la mano recia sobre su brazo no cedió.
—Ya tengo 18 años, puedo decidir a dónde voy y cuándo.
—¿18 años, tú? —el padre no mostró ninguna risa sarcástica—. Escúchame bien, Daniel. Cuando me traigas buenas notas, cuando sepa que aprovechas bien el tiempo de estudio, cuando aprendas a responsabilizarte de las tareas de la casa, entonces, y solo entonces, hablaremos sobre salir de noche por ahí entre semana. ¿Me has entendido?
Daniel aprovechó un instante de flojera en los dedos de su padre para desasirse. En vez de escapar, se enfrentó a su padre, un hombre más bajo que él, de barriga prominente, camiseta de tirantes y calzoncillos sucios. Aún seguía oliendo a un tufo mezcla de grasa y metal de la fábrica donde trabajaba. Un sentimiento de asco alteró la cara de Daniel.
—No me extraña que mamá te abandonase.
La sorpresa caló hondo en el hombre. Tanto que no pensó en responder con ira ni violencia. Bajó la vista sin saber qué hacer.
Daniel resopló exagerando con un aspaviento de manos el tufo que emanaba del cuerpo de su padre y luego salió de casa.
Mientras caminaba por las calles, alumbradas por farolas de luz amarillenta, Daniel comenzó a experimentar algo parecido al remordimiento.
Quizá no debiera haberle hablado así. Pero la mayoría de edad recién adquirida ese mismo día se suponía que daba ciertas ventajas, ¿no? Ya era adulto, podía tomar sus propias decisiones, sin esperar obstáculos.
El parquecillo donde hacían los botellones estaba cerca. Bueno, seguro que el viejo lo olvidaría pronto. Y lo de su madre… bueno, a los dos les había sorprendido que hubiese desaparecido así, de la noche a la mañana.
Entró en una tienda multi-servicio abierta de madrugada y compró dos botellas de vodka, una de whisky y varias botellas de refrescos. Sacó el carnet de identidad ante el dependiente que le cobraba.
—Soy mayor de edad.
—Pues vale —respondió el dependiente, mirándole de reojo. Daniel conocía a aquel dependiente. Nunca le había pedido el carnet al comprar alcohol antes. Pero ahora le apetecía fardar de su mayoría de edad.
El parquecillo estaba ya lleno hasta los topes de jóvenes. Las motos petardeaban y los gritos y risas se oían desde lejos. Tanta gente reunida le sorprendió.
Me cago en todo, pensó Daniel estupefacto, ¿qué coño hace aquí toda esta peña?
Se acercó al banco donde estaban sentados sus colegas.
—¿Y todos estos?
—No tengo ni zorra. Acoplados, supongo —le miró Luis dando una calada a su peta— Nos habrán visto fumar unos canutos y… bueno, macho, felicidades, ¿eh? —se levantó del banco y le tiró unas cuantas veces de la oreja.
—¡Quita, joder! —se soltó Daniel en cuanto vio a Marta a unos metros de distancia
Los amigos le cogieron las bolsas de licores y refrescos mientras sentía como le palmoteaban la espalda. Él solo tenía ojos para Marta.
Estaba agachada de espaldas a él, llenándose un cachi de cubata, rodeada de más personas que no conocía.
Marta era una compañera de clase. O lo sería si acudiesen más a menudo. Ambos.



La joven se acuclilló y el elástico del tanga rosa le asomó por la cinturilla del vaquero ceñido. Marta tenía un culo redondo, de caderas anchas, hermosas, donde el bulto de su sexo se apreciaba con detalle entre sus muslos. Era una chica que gustaba de llevar ropa provocativa y, sobre todo, le gustaba exhibirse. Tenía el cabello rubio recogido en rastas que colgaban sobre su espalda como pequeñas cuerdecillas doradas adornadas con bisutería. El color moreno de su piel contrastaba con el color pajizo del cabello y a Daniel le excitaba el cuerpo de la joven más de lo que pudiese admitir.
—¿Te mola, eh? —preguntó un colega.
Daniel no respondió, seguía absorto en las redondeces de las nalgas. Los pechos henchidos de Marta presionaban sus piernas y el tetamen se amoldaba bajo su camiseta poniendo a prueba el sujetador. Marta fue pionera en muchos sentidos concupiscentes, como el de perder la virginidad al poco de tener la regla, según ella misma pregonaba orgullosa. Daniel lo sabía porque, de un modo u otro, siempre acababa encontrándose con ella en el instituto. Al menos cuando los dos iban a clase. Si Marta era un pendón, él era un gandul fumeta.
—Tú, payaso, ¡qué cojones le miras a mi chica!
Un tipo alto y con cara de becerro se plantó entre Daniel y Marta. Llevaba un vaso de plástico casi vacío en una mano y en la otra un puño que agitaba amenazador.
—Lo siento, tío —balbuceó Daniel mostrando las palmas de las manos al mirarle a la cara. El tipo estaba borracho a juzgar por cómo le bailaban los párpados y le temblaban las piernas. Pero, así y todo, tenía hombros anchos y pecho abultado.
La joven corrió a coger de la mano al tipo con cara de becerro que se acercaba a Daniel.
—Olvídalo, anda. Es solo un pringao de clase que anda siempre salido.
El pringao. Eso era para la guapa de Martita. Y mira de veces que se lo había llamado cuando osó acercarse a ella y balbucear frases incoherentes.
—Te miraba el culo, el muy cerdo —masculló con un vozarrón grave. Se giró hacia Marta —¿Le doy una paliza, quieres que se la dé, coñito mío?
Marta miró a Daniel, sonriendo bobalicona al sentirse poderosa y poder decidir la suerte del chico.
—Pero mírale bien, Richard, no es más que un pobre idiota sin seso ni gracia. Y además un jijas, no te duraría ni un segundo.
Daniel no decía ni una palabra. Sus colegas tampoco querían meterse en aquel embrollo; el grupo del tipo alto y la Marta era más numeroso que el suyo. A decir verdad, sus colegas estaban más pendientes de agarrar bien las bolsas con las botellas de licor y refresco si había que salir por patas.
El novio de Marta rió con voz de cerdo viendo a Daniel y decidiendo que, en efecto, no valía una mierda y le plantó un morreo a su novia agarrándola una de sus enormes tetas con una de sus enormes manos. Marta frotó su entrepierna con el muslo del novio. Miró de soslayo a Daniel y le indicó con un movimiento de ojos que se largara.
“Lárgate, pringao, o mi novio te revienta los sesos”.
Los colegas de Daniel también vieron la mirada. Y no les gustó nada.
—Jo, tío, ¿ahora tenemos que largarnos? Habíamos llegado primero, hostia puta —oyó Daniel que murmuraba Luis a su espalda.
Daniel no contestó. Apretó los dientes. Estaba ya hasta los cojones de que le chulearan; su mayoría de edad tenía que servir para algo. Primero su padre y ahora este garrulo. ¿Largarse? De eso nada. Además, aquella teta estrujada le había enturbiado los pensamientos.
Cogió una botella de licor de la bolsa por el cuello.
—¿Qué cojones haces, subnormal, no ves que te va a matar? —bufó Luis al ver qué se proponía Daniel—. Vámonos de aquí antes de que esto se joda del todo.
—Iros a la mierda —masculló Daniel dando un paso hacia la pareja morreándose—. No os necesito.
—La madre que lo parió, este tío es idiota —oyó que soltaba otro colega detrás de él.
Daniel se acercó más hacia la pareja. El tipo soltó la teta al verle acercarse.
—Eh, tú, hijo de puta —llamó Daniel al tipo con cara de becerro.
Marta fue lanzada a un lado con un chillido cuando Daniel corrió hacia él, blandiendo la botella.
La botella recorrió una parábola en el aire sin encontrar destino alguno. Daniel no vio el puñetazo que se estampó sobre su cara. Aún borracho, el tipo era muy capaz en una pelea. Daniel cayó al suelo, boca arriba. Sintió como su botella de vidrio estallaba al cascarse sobre el cemento y se encontró con el extremo desportillado de la botella entre sus dedos.
—Maldito cobarde de los cojones —bramó el tipo abalanzándose sobre él.
No tuvo tiempo de alzar el vidrio afilado. Una patada directa a su cabeza terminó con todo.
Sintió como dentro de su cuello algo se rompía y en su cabeza algo estallaba y lo cubría todo de negro. Un negro pegajoso y oscuro, denso como la brea. Cuando se quiso dar cuenta que era su sangre cubriéndole la cara ya fue tarde para pensar en otra cosa.
Todo acabó de repente. Así. En un instante. Fin.

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