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domingo, 1 de diciembre de 2013

DESCONCIERTO



Al principio sentiste algo de frío en el vientre y piensas que fue esa la causa por la que despertaste. Quizá fuese realmente esa porque, a continuación, notaste más frío en tus pies y piernas. También en tu espalda, en tus nalgas, en tus brazos y hombros. No era un frío intenso pero sí suficiente para sentirte incómoda.
Te sorprendió no sentir el confortable tacto del colchón bajo tu cuerpo y entonces un sentimiento de duda y alerta te invadió. Trataste de averiguar dónde estabas tumbada. Era un material agradable pero húmedo. Asaltada por la idea de que quizá te hubieses meado encima, recuperaste la movilidad y el tacto de los dedos de tus manos y palpaste lo que tenías debajo.
Descolocada al sentir como se desmenuzaba el material que tenías entre los dedos, por fin llegaste a comprender que era arena. Granos de arena ligeramente húmedos pues al apretarlos no perdían la forma.
Después, y de repente, el resto de tus sentidos te invadieron con todas las sensaciones captadas. Escuchaste el suave rumor lejano de unas olas lamiendo la arena. Oliste el intenso aroma a salitre y humedad. Percibiste bajo los párpados la luminosidad de una mañana. Tragaste saliva, ahora más relajada, pues al menos sabías dónde estabas y la vida aún no había abandonado tu cuerpo.
Abriste los ojos despacio y la claridad te hizo daño en las pupilas. Alzaste un brazo para ocultar y proteger tu mirada y, la comodidad de poder apreciar las primeras formas y colores de la playa dio paso al asombro de encontrar tu brazo desnudo.
El dolor en el vientre volvió a manifestarse, recordándote que un malestar rondaba por tu barriga. Pero no duró más de un segundo, pues la sensación de frialdad dio paso a la de pregunta al ver la toalla que cubría tu cuerpo. Una toalla grande. Una toalla gruesa y húmeda cuyo borde superior llegaba hasta tu cuello y el inferior se perdía más allá de tus pies.
El miedo te contrajo las tripas y te obligó a retener el aire. Inclinaste la cabeza y atisbaste bajo la toalla.
—Joder —murmuraste cuando te viste desnuda.
Notaste la fría toalla envolver tu piel de nuevo cuando te cubriste nuevamente.
Te mordiste el labio inferior. La mordida te provocó un ligero dolor que te hizo, por fin, despertar del todo.
Cerraste los ojos mientras la confusión, el desamparo y el temor iban tomando posiciones y aumentando de tamaño en tu cabeza.
Fue entonces cuando el miedo se adueñó de todas tus ideas. Un miedo enorme, primigenio.
Pues no recordabas que hacías desnuda y tumbada en la playa, cubierta por una simple toalla.
Buscando no encontrarte con aquello que no deseabas, con aquello que no querías, escondiste la mano bajo la toalla, palpaste tu cadera y descendiste hasta el vello apelmazado de tu sexo. Entreabriste las piernas y tu dedo índice buscó la entrada. Te penetraste y la primera confirmación, un interior húmedo y untuoso, te hizo gemir confusa y asustada. Sacaste la mano al aire, acercaste el dedo a tu nariz y oliste.
Semen. Sin duda era semen.
Hundiste toda la mano en la arena, hasta que notaste la humedad intensa en las uñas. Querías desprenderte de aquel olor, querías ocultar aquella prueba indiscutible, querías eliminar todo rastro en tu dedo de semen, como si, ensuciándolo aún más, pudieses borrar todo aquello que provocó que un hombre eyaculase en tu interior, cualquiera que hubiese sido, en las circunstancias que ocurriesen. No sabías nada, no recordabas nada. Solo querías desprenderte de eso.
Varias ideas se acumularon en tu cabeza. Todas destinadas a corregir aquel grave error. Ninguna dirigida a tratar de recordar si fuiste violada o fue sexo consentido. Si le conocías o por qué sucedió.
La primera idea fue acudir a una farmacia. Solicitar la píldora del día después.
La segunda era realizar una denuncia en comisaría. Pero, para ello, antes debías acudir a la sala de urgencias de un hospital para certificar que habías sido forzada. Pero, ¿qué contarías a la enfermera? ¿Al policía? Ni siquiera sabías si follaste o fuiste violada.
Te lo inventarías. Sí. Una historia creíble pero desgarradora.
Había que llorar, mucho, que te viesen muy afectada. Muy desamparada.
De modo que te inventaste una fiesta. Una fiesta nocturna. Anoche, saliendo con tus amigas… No, tenías que ir sola, pues podían preguntarlas. Pero, claro, si fuiste sola, era solo tu versión. Nadie podía refutarla pera tampoco apoyarla.
De modo que antes debías hablar con una amiga para convencerla.
Así que, simplificando, antes tenías que llamar a una amiga, explicarla tu idea, acudir a un hospital y luego a comisaría.
Y entonces, otra idea se abrió paso en tu cabeza. Quizá alguna amiga supiese por qué habías despertado desnuda en la playa y con semen en la vagina.
Un teléfono móvil. Necesitabas hablar con alguna amiga cuanto antes.
Te incorporaste y tuviste cuidado de ocultar tus tetas con la toalla. Sentada, miraste a tu alrededor.
Estabas sola. Nadie.
Miraste cerca de ti buscando encontrar tu bolso, tu ropa. No importaba en qué estado estuviesen tus bragas, ni tu sujetador. Daba igual. Lo que importaba era el puto móvil.
Pero solo había arena.
Miraste detrás y contuviste la respiración.
Más arena. Una playa inmensa, una superficie ondulada y de color paja que se extendía hasta donde tu vista alcanzaba a distinguir.
Te levantaste y, aunque te sabías sola, insistías en seguir ocultando tu cuerpo con la toalla.
Te giraste sobre ti de nuevo para confirmar lo anterior.
Estabas al borde del agua, en el inicio de una playa que parecía no tener fin y cuyo borde pajizo se confundía con el borde azulado del cielo en el horizonte.
Dejaste caer la toalla ante un temor mayor que el de mostrar tu desnudez.
El temor de no saber dónde estabas.
De pronto, te preguntaste qué día era hoy. ¿Martes? ¿Sábado? El sol estaba ya alto y grande, así que debía estar la mañana avanzada.
El agradecimiento que tu cuerpo mostró al sentir el tibio calor no te calmó.
Te abrazaste y dejaste que las lágrimas recorriesen tus mejillas. Quedarte preñada era ahora un problema secundario. Un problema minúsculo.
Porque estás sola. Realmente sola. Sin ropa. Sin nadie al que solicitar amparo. Sin recuerdos. Sin saber dónde estás ni cómo has llegado.

Sola.
Únicamente tú y la toalla.
Recogiste la única prenda que separaba tu cuerpo de la realidad. Y entonces, cuando viste el dibujo bordado en la toalla, recordaste.
En poco menos de un segundo. Una imagen. Otra imagen asociada. Varias más conectadas. Todo se volcó en tu cabeza de golpe.
Miraste arriba, allí donde sabías que estaría, a esa pequeña distorsión del aire, de la realidad, con forma de vulva flotante en cuyo centro un botón parpadeaba insistente.
Lo pulsaste con ansia.
Te levantaste tan rápido que el casco que cubría tu frente golpeó contra la maraña de cables que pendían encima de ti.
—¿Qué tal?
La mujer tragó saliva y fijó una mirada de ira hacia los técnicos que la miraban expectantes tras una consola de superficie acerada.

—Hijos de puta. Casi me cago viva. Pero la simulación es buena, muy buena. Seguir así. Lo quiero listo para la temporada navideña. Va a ser un bombazo.

3 comentarios:

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