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jueves, 13 de septiembre de 2012

-(Entre paréntesis)- 4/9

CAPÍTULO 7

—Cariño, no es lo que te imaginas… —dijo Rodderick.
—Por supuesto que no lo es, tonto —sonrió Mary Ann acercándose a él. Se interpuso entre Rodderick y Elisabeth y le rodeó el cuello con sus brazos—. Estaba bromeando.
Le besó apretando su boca contra la suya, explorando el interior con toda meticulosidad mientras ceñía su cadera a la cintura de él, restregándose sin recato alguno. Dejó que una de las piernas se doblase ligeramente, alzando el tacón del suelo.
Eli contempló el profundo beso de reojo.
“No va a afectarme”, se dijo, “no va a afectarme”. Pero cuando vio como las manos de Rodderick, guiadas por las de Mary Ann, se cerraban sobre las nalgas de ella, una sonrisa frustrante asomó a sus labios.
"Es patético", pensó mientras veía como los dedos de él asían la carne turgente de otra mujer. Era patético aquel sentimiento de perdón que había surgido de su interior, patético su interés por olvidar el incidente hacía tres meses, patético aquel furor que la recorría entera el estómago, anhelando que aquellos dedos oprimiesen su cuerpo y no el de Mary Ann.
Se acercó hasta la mesa de los licores para recoger su bolso. El beso aún continuaba. Carraspeó irritada al saberse totalmente ignorada. Ambos se separaron y la miraron.
—Yo me marcho —dijo en voz baja.
—No, por dios, Elisabeth —sonrió Mary Ann entornando los ojos—. Lamentaría haber interrumpido una conversación. Por cierto, ¿de qué estabais hablando?
—No… no… —las palabras titubearon en la boca de Elisabeth. Apretó fuerte el bolso contra su vientre.
—Nada importante, cariño —salió al paso Rodderick. Levantó ligeramente los dedos del trasero de Mary Ann cuando notó un movimiento fugaz de la mirada de Elisabeth sobre sus manos.
—¿Nada importante? —susurró Mary Ann volviéndose hacia Rodderick y depositando varios besos minúsculos en su cuello.
“Nada importante, en efecto”, pensó Elisabeth. Se alejó de ellos y se encaminó hacia la puerta.
Casi se topa de bruces con Phill.
—Eli, tesoro mío, te estaba buscando, ¿dónde estabas?
—Sirviéndome una copa.
Phill carraspeó al ver a Rodderick y Mary Ann besándose de nuevo. Luego volvió su mirada hacia Eli. Ella mantenía la vista lejos de la pareja.
—¿Y la copa?
Eli dio un respingo y miró a Phill sonriendo.
Esto no puede estar ocurriendo, se dijo. No solo la velada estaba saliendo patas arriba sino que, al final, habría de convencerse de que, en verdad, era una promiscua y una mujerzuela.
—Me encontré con Rod, conversamos y…, bueno se me olvidó coger la copa.
Phill le devolvió una mirada grave para luego mirar a Rodderick con un brillo suspicaz en sus ojos. O, al menos, así se lo pareció a Elisabeth.
—¿Rodderick Holmes? No puedo dejar de saludar al mejor quarterback del equipo —la tomó de la mano y tiró de ella con firmeza hacia la pareja que aún continuaba besándose—. Ven cariño, ven conmigo.
Elisabeth ofreció poca resistencia. Por nada del mundo querría estar un segundo más en aquella salita. Pero debía mantener una compostura hacia su novio Phill. Como si él la leyese los pensamientos, la tomó por la cintura y la obligó a mirar de cerca el lujurioso beso y a oír los gemidos de ambos al respirar apasionadamente.
Se plantaron enfrente de la pareja y Phill aguardó durante cinco eternos segundos para terminar por carraspear, atrayendo la atención.
Rodderick y Mary Ann le miraron. Tenían los rostros enrojecidos y sus labios húmedos aún parecían contener ecos de un beso placentero. Elisabeth bajó la vista, avergonzada.
—Disculpad que os interrumpa, chicos, pero me he dicho: “Hey, ¿no es ese Rodderick Holmes, el mejor quarterback del Campus?” Tenía que saludarte, de verdad, gracias a ti ganamos la liga la temporada pasada.
Phill introdujo una mano entre la pareja para poder coger la mano de Rodderick y estrecharla con vigor. Si el gesto fue arrogante, las palabras que le siguieron fueron como mazazos sobre Elisabeth.
—Tu chica debe ser Mary Ann —ni siquiera la miró. Siguió estrechando con renovado vigor la mano de Rod—. Es un honor, de verdad. ¡Qué daría por tener tus brazos y tus piernas! Bueno, algo sí compartimos —Phill sujetó con fuerza la cintura de Eli—. Supongo que conocerás a mi novia Elisabeth, ¿verdad? Ya sé que antes era tuya, pero ahora me pertenece a mí.
—Quieres decir que estáis saliendo juntos… —matizó Rodderick mirando a Eli. Ella no despegaba la vista del suelo. Adivinó que su cara estaría ahora profundamente ruborizada.
—No, Rodderick, no. Cuando digo que Eli me pertenece es porque Eli es mía.
"En cierto modo", pensó ella, "tiene razón". El vestido es suyo, los zapatos son suyos, el bolso es suyo. Incluso el peinado lo había pagado él. Se podía decir que el maniquí que era en ese momento era propiedad de Phill Crawford.
Mary Ann fue testigo del enfrentamiento de miradas de los dos hombres. Supo que, de un momento a otro, iban a abalanzarse uno sobre el otro y despedazarse. Y la corpulencia de Rodderick y la cabeza que le sacaba a Phill presagiaban una pelea sumamente corta y humillante. El muy idiota lo iba a estropear todo.
El sonido de un teléfono móvil sonó providencialmente.
Era el de Phill. Se sacó el aparato del bolsillo de la chaqueta.
—Phill Crawford al aparato, ¿qué puedo hacer por ti?
Elisabeth sintió como sus piernas no podían más. Por suerte, el saludo típico de Phill al responder una llamada la hizo esbozar una sonrisa. Se agarró a su brazo.
Phill escuchó durante unos instantes. Luego se dirigió a Rodderick y le palmeó en el cuello.
—Ánimo, chaval, sigue jugando así.
Phill se dio media vuelta, agarró bien fuerte a Elisabeth y marchó. Eli parecía un fardo en sus brazos, un pelele sin voluntad. Rodderick apretó el puño. Había estado a punto de perder el control. Unos segundos más tarde y aquel desgraciado hubiese tenido que salir de la fiesta con una cara nueva.
Un tenso silencio apareció una vez que Phill y Elisabeth atravesaron la puerta.
—Un tipo interesante ese Phill, ¿verdad, cariño? —comentó Mary Ann besando el cuello de Rod. Sus manos descendieron hacia el paquete del chico y apresaron sobre el pantalón la verga hinchada.
Rod se limitó a asentir con la cabeza. Ni siquiera se dio cuenta de los besos de Mary Ann y de su mano sobre su miembro.
Otro pensamiento ocupaba su mente por completo.


CAPÍTULO 8

Mary Ann estaba cansada de sonreír. Estaba cansada de poner buena cara a la sarta de estupideces que iba oyendo en cada grupo de compañeros de universidad, profesores, políticos en ciernes, jugadores de beisbol y las respectivas parejas de cada uno de ellos. Estaba cansada de que todas las miradas masculinas bajasen de sus ojos hacia el contorno de sus pechos, su trasero o su muslo desnuda. Estaba cansada de aquella fiesta.
En ese momento estaba con un grupo de hombres que la miraban como lobos hambrientos. En cualquier otro momento habría incluso disfrutado de la atracción indudable que sus curvas provocaban en las mentes simples de los hombres, pero ahora no.
El grupo de hombres parecían conversar sobre los métodos de enseñanza, de quién iba a ganar la liga este año, de tal o cual equipo que había fichado a ese jugador estrella del que todos hablaban, de las elecciones al decanato. No sabía cómo había ido a parar donde aquel grupo. Dos cuarentones, uno con pelo canoso y otro con barba de chivo, y dos jóvenes de su edad, uno un jugador de béisbol frustrado y el otro era un estudiante de último curso de carrera. Hablaban y hablaban. Y ella asentía con cada explicación y sonreía ante aquello que sonaba gracioso y miraba hacia tal o cual persona que uno de los cuatro señalaba para reafirmar sus palabras. Pero lo gracioso del asunto eran sus miradas: cuando miraban a otro, la trayectoria de su mirada siempre pasaba por ella. Aunque se dirigiesen hacia el compañero de al lado, ella siempre resultaba alcanzada por aquel cruzar de miradas. Era como un lugar de repostaje. Pechos, muslo, cara, cabello. "Eso es", pensó para sí, "soy una zona de repostaje, una cara bonita y un cuerpo curvilíneo donde recrear la mirada y la imaginación para luego volver al tema de la conversación".
Detestaba incluso la tenue excitación que comenzaba a sentir.
—Disculparme, voy a estirar un poco las piernas con un paseo —dijo con una sonrisa.
Odiaba aquellas fiestas. Las odiaba con toda su alma. De entre los cientos de invitados allí apiñados en la gran sala de la mansión de los Walsh, solo conocía a cuatro docenas a lo sumo. Y todos ellos parecían haberse escondido porque, caminando entre los grupos, se dio cuenta que ninguna cara le resultaba familiar.
Al menos le quedaban, al fondo a la derecha, los grupos de jugadores de beisbol cuyos cuerpos conocía a la perfección, así como ellos el suyo. Entre ellos estaría Rodderick.
Por el camino fue abordada literalmente por Rose. Chocó con ella. Llevaba una copa de champán en cada mano y le tendió una de ellas.
—Por fin te encuentro —rió su amiga. Al fijarse en su mirada algo descolocada, comprendió que había bebido más que suficiente por aquella noche—. Es condenadamente difícil encontrar a alguien con quien charlar a gusto en esta maldita fiesta.
—Dímelo a mí. Los tíos solo parecen mirarme para adivinar de qué color lo tengo y, entre la política, el deporte a la universidad, estoy saturada de información que no entiendo y que no quiero entender.
Las dos rieron a gusto.
—Estos tacones me están matando, te lo juro —murmuró Rose apoyándose en el hombro de Mary Ann y levantando un pie—. No sé cómo te las arreglas para ir siempre con esos tacones en clase. Bueno, en clase y en cualquier parte; creo que aún no te he visto nunca con zapatillas o zapatos planos.
Mary Ann sonrió condescendiente. Sus tobillos estaban a punto de desencajarse pero debía mantener su imagen pública de mujer sofisticada y elegante.
—Pues no sé qué decirte, Rose. Supongo que unas pueden y otras… pues no.
Dejó la frase sin terminar para humillar aún más a su amiga. De repente, ya no quería seguir estando a su lado, su amistada ya no era relevante. Rose acumulaba unos kilos de más que hacían que sus caderas se pronunciasen demasiado y ese cabello suyo tan fosco, tan salvaje desentonaba demasiado con el suyo, uno de doscientos dólares que acompañó de una limpieza de cutis y una depilación oriental. Además, se rumoreaba que Rose se había enfadado con sus padres y éstos iban a cancelar todas sus tarjetas de crédito. Eso significaba que dispondría de menos dinero para comprar ropa y su aspecto general descendería hasta el grado de una estudiante becaria. Y Rose era como ella: no tenía más conocimientos en la vida que saber cómo emplear su cuerpo para empinar una verga lo más rápido y alto posible.
Además, Mary Ann solo se codeaba con lo mejor de lo mejor. No permitiría que su caché social se viese deslucido por Rose, una chica del montón. De repente pensó qué ocurriría si también sus padres le cancelasen todas sus tarjetas de crédito. Se vería obligada a aceptar un trabajo a media jornada para poder mantener un estilo de vida que no se acercaría, con mucho, al actual.
Su corazón se detuvo, agónico, ante aquella perspectiva.
Pero luego sonrió. Ella no se podría ver en aquella situación. Imposible. Sus padres eran lo bastante manipulables para permitir sus caprichos y lo bastante ricos para importarles el importe de cualquier compra que ella hiciera. Aparte de lo suficientemente idiotas para importarles con cuántos chicos se había acostado ya.
—Oye, Rose, ¿has visto a Rod por allá? —preguntó señalando hacia los grupos del fondo a la derecha.
Aunque tuviese unos altos tacones, la altura de los hombres era demasiada para poder atisbar por encima de sus cabezas.
—Creo que lo vi saliendo hacia la terraza que da a la playa.
Su corazón volvió a detenerse. Y esta vez las perspectivas no pintaban nada bien. La playa. Quiso preguntar a Rose si iba con alguien. Pero supuso que el rictus sorprendido de su cara ya era motivo suficiente para despertar los recelos de Rose.
—¿Cuándo lo viste?
—Hará un cuarto de hora, más o menos. ¿Qué ocurre, Mary Ann?
"Maldita sea. Maldita sea esta estúpida fiesta. Maldita sea esa mala puta de Elisabeth. Maldito sea el estúpido de Phill. Malditos sean todos".
Ni siquiera se excusó ante Rose cuando dio media vuelta y se dirigió al fondo de la sala a la izquierda, donde se encontraba el Gobernador. A su lado, como una polilla rondando una lámpara, se encontraría el mequetrefe de Phill. Se apostaba un polvo sin protección a que allí encontraría a ese tarugo.
Se internó entre las personas a toda prisa. Pidió varias veces perdón y tuvo que recogerse la cola del vestido para ir más deprisa, sin importarla sentir como su entrepierna se aireaba con la brisa de su carrera.
Aquella carrera desesperada era un calco exacto de otra hecha hacía poco más de una hora. Y eso la enfurecía insoportablemente.
"No puede ser", se dijo apretando los dientes y frunciendo el ceño, no puede ser, “Por tu bien espero, Phill Crawford, que tengas a tu putilla bien atada y a tus pies”.
A medida que iba acercándose, Mary Ann se iba convenciendo de que sus peores temores se iban a hacer realidad. Y, cuánto más lo pensaba, más rápidos eran sus pasos, más fruncido estaba su ceño, más agria su expresión.
Cuando encontró a Phill estaba solo. Aunque en el fondo esperaba un milagro y había aceptado la fatal realidad, al verlo sin Elisabeth, revoloteando entre el Gobernador y el Decano como la polilla que era, sintió como el aire escapaba de su pecho y el corazón le latía imparable.
Un rápido vistazo a los grupos de alrededor, sin encontrar a la mujer que más odiaba en ese momento, bastó para confirmarla lo que ya era evidente. Se bajó la falda para ocultar su entrepierna con un tirón angustioso.
Phill se fijó en ella. Esta vez solo le tomó un segundo sumar dos y dos en su cabeza. Miró a su alrededor con expresión funesta. Apretó los puños y entornó los ojos. Se disculpó de nuevo ante el Gobernador y el Decano cuando se dio cuenta que Mary Ann iba a acercarse a él.
Ella no estaba dispuesta a ser escaneada lúbricamente de nuevo por las miradas de los dos cuarentones. De todos modos, era consciente de haber mostrado el triángulo de su sexo a media fiesta con aquella carrera.
—¿Dónde está tu chacal? —masculló Phill evitando mirarla y escrutando con la mirada a su alrededor. No quería mirarla de frente y tener que soportar aquella mirada de un azul gélido y recriminador.
—Mi chacal estará con tu zorra, maldito estúpido —espetó dando un paso hacia él. Phill tuvo que mirarla de frente y asumir su parte de culpa—. Y, si no me equivoco, esos dos andarán en la playa en este momento.
—¿En la playa? —Phill retrocedió un paso. También Mary Ann se había descuidado y había perdido de vista a su novio. Pero, qué supiese dónde se encontraban en ese momento, le hizo temer a aquella mujer de vestido provocativo con lentejuelas rojas y escotes vertiginosos— ¿Qué hacen en la playa?
Mary Ann suspiró con desánimo. Aún no comprendía cómo había aceptado formar parte de un plan ideado por un descerebrado como Phill Crawford.
—Ya estoy jodidamente harta —siseó volviendo a estrechar el espacio entre ellos dando un paso hacia él—. Me vas a hacer cabrear, malnacido y, entonces, sí que vas a enterarte de quién es Mary Ann Parker Bowle.
Phill tragó saliva. Conocía muy bien la alargada sombra que la familia Parker extendía sobre el Campus. Pero también sabía que los Crawford no se quedaban atrás. Dio un paso más hacia ella para que sus cuerpos quedaran muy juntos.
—Escúchame bien, señorita Parker “zorra” Bowle —murmuró verdaderamente furioso, usando el mote oficioso que la chica tenía entre sus amigos—. Ahora mismo vamos a ir a la playa. Tú te llevas a Rodderick de esta fiesta y yo a Elisabeth. Y no quiero volver a verte ni a ti ni a él, ¿ha quedado claro?
Mary Ann inspiró varias veces llenando su pecho de aire. El aliento de Phill Crawford la provocaba nauseas, su perfume la revolvía el estómago y su mirada desafiante parecía clamar a los cuatro vientos que su cara fuese golpeada.
Ninguno de los dos parpadeó mientras Phill soportaba la desafiante presión de los pechos de Mary Ann sobre el suyo y Mary Ann pugnaba por no desfallecer ante el fétido aliento de Phill.
Al final ella cedió y desvió la mirada. De ningún modo se consideraba derrotada, era más bien un recurso para evitar la confrontación y poner remedio a su mutua y apurada situación.
—Vamos, sígueme —dijo él con tono ufano por saberse vencedor.
Se dirigieron hacia la terraza que daba a la playa.
En cuanto salieron al exterior, la noche los envolvió. Un reguero de truenos lejanos se oyeron a lo lejos mientras el rumor de unas olas encabritadas se imponían a la algarabía de la fiesta que dejaban atrás. Varios grupos se arracimaban ente grandes antorchas de exterior que iluminaban el jardín lateral y que proporcionaban algo de luz y calor en el ambiente oscuro y destemplado.
Sin embargo, más allá del jardín, la oscuridad se adueñaba de la arena de la playa y, aunque varias luces dispersas proporcionaban un mínimo de visibilidad, varias figuras oscuras que paseaban por la playa privada reducían la posibilidad de encontrar a Rodderick y a Elisabeth fácilmente.

2 comentarios:

  1. Me encanta esta historia, eres magnifico escribiendo, ya quiero saber que va a pasar entre estos dos jeje Saludos!

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  2. Gracias. El siguiente capítulo ya está publicado. Ya sólo quedan 4...

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