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lunes, 17 de septiembre de 2012

-(Entre paréntesis)- 8/9

CAPÍTULO 15

Mientras pasaban los minutos, a la espera de que Elisabeth saliese de la mansión y volviese al coche, Phill notaba como el sudor que había en sus manos iba aumentando. Llegó un momento en que era incapaz de agarrar el volante y sus manos resbalaban por él.
El sudor que de sus manos no era el único. También empapaba su espalda y la nuca. Incluso en sus sienes, en el nacimiento del cabello, notaba las gotas acumulándose. De repente, notó un agarrotamiento de sus dedos. Soltó el volante con dificultad. Había apretado tanto que ahora casi no sentía sus manos y los dedos habían adquirido forma de garras ganchudas.
Abrió la puerta y bajó del coche. Necesitaba tomar el aire, pues la brisa que ahora recorría el aparcamiento no fuese más que soplos que parecían proceder de los rescoldos de una fogata. Se aflojó la corbata y terminó quitándose la chaqueta. Se desabotonó los gemelos y se subió las mangas de la camisa hasta más arriba del codo palpando la tela húmeda.
Miró con desdén a las decenas de compañeros e invitados que había en lo alto de la escalinata que daba a la entrada de la mansión. También había algunos sentados en las escaleras. Todos charlaban y reían.
Se alegró de estar en un lugar oscuro del aparcamiento, a salvo de sus miradas. No quería ser recordado los días siguientes como aquél que se marchó antes del final de la fiesta porque su novia le montase una escena.
Miró su reloj de oro y bufó impaciente. Veinte minutos. Elisabeth estaba tardando demasiado. ¿Tanto tiempo se tardaba en encontrar a alguien y recuperar un bolso?
Sus ojos iban del reloj a la escalinata, del reloj a la escalinata. De pronto vio como salía Josh Walsh y el Gobernador de la puerta, se detenían en la barandilla y charlaban.
Esto era el colmo. No bastaba con que Elisabeth le hiciese esperar sino que, además, si las dos personas más influyentes del valle le veían en el aparcamiento solo, junto al coche, su reputación quedaría en entredicho. Bastante brusco había sido ya al irse de la fiesta sin despedirse de ellos como era debido, como para que ahora le encontrasen sólo en el aparcamiento.
Esto era más de lo que podía soportar. Necesitaba gritar a alguien, descargar su frustración y toda la cólera reprimida. Ojala estuviese en el garaje de su casa. Sacaría el bate de aluminio que llevaba en el maletero y descargaría adrenalina aporreando con él cualquier cosa. Hasta que quedase exhausto. Se imaginó bateando un saco de arena que usaba a veces como sparring. Le daría de golpes hasta que reventase o hasta que el bate resbalase de sus manos exánimes.
Pero, ¿por qué estaba así de nervioso? A Josh y al Gobernador podía verlos cuando quisiera. Una llamada telefónica a su padre y todo se solucionaría con una comida en algún lujoso restaurante. No, no era por ellos.
Era por Elisabeth.
Lo sabía. O, al menos, sospechaba que ella tenía algo que ver. Estaba convencido de ello después de su metedura de pata al responderla a su pregunta sobre el vestido de flores.
El maldito vestido de flores.
El plan era perfecto, no cabía el más mínimo error en él. Foto desenfocada de Elisabeth besando a otro con el vestido floreado. Mary Ann enseña la foto a Rodderick. Elisabeth recibe por mensajería el vestido como regalo de parte de Rodderick y acude a la cita con él vestida con él.
Todo perfecto, sí. Excepto por la maldita empresa de mensajería.
—Ya está.
Phill dio un respingo al oír la voz de Elisabeth. Había perdido la noción del tiempo al pensar en el plan.
Elisabeth entregó el bolso a Phill. Éste notó que algo no iba bien cuando notó como el bolso pesaba demasiado poco. Lo abrió y miró en el interior. Estaba vacío.
—¿Y tus cosas?
—Las tiene Doris.
Phill enarcó una ceja, sin entender.
—No necesito que me lleves a casa, Phill, me llevarán mis amigos.
—¿Por qué?
—Tú lo sabes muy bien —contestó Elisabeth dándose la vuelta y dirigiéndose hacia la escalinata.
Phill la agarró de una mano y la obligó a volverse. Nadie le daba la espalda. Y mucho menos le contestaba con esas palabras.
—Espera un momento —tiró de ella hasta tenerla frente a frente—. ¿Qué cojones estás diciendo?
Una leve sombra de temor hizo juntar las cejas de Elisabeth al notar la dureza con que Phill la sujetaba. La hacía daño.
—Urdiste una trama para que Rodderick y yo rompiésemos.
Phill intentó que la sorpresa no se reflejara en su rostro. Pero una gota de sudor resbaló por su frente y se la enjugó con el dorso de la mano.
—No digas tonterías, no sabes lo que dices.
Elisabeth dio un paso hacia él, apretando los labios de indignación.
—¿Eso son para ti? —alzó la voz— ¿Acaso las artimañas que usaste para que Rod y yo nos separásemos sólo son… tonterías?
Phill notó como las palabras airadas de Elisabeth habían captado la atención de los que se encontraban en la escalinata. También Josh y el Gobernador les miraban con curiosidad.
Mientras sujetaba la muñeca a Elisabeth, la cogió de la cintura para obligarla a subir al coche.
—Entra ahora mismo. Hablaremos de eso por el camino.
—¡No! —chilló Elisabeth forcejando— ¡Suéltame!
Phill interceptó a tiempo la mano libre de Elisabeth que se dirigía hacia su cara. Juntó sus manos para poder asirlas y la obligó a empujones a rodear el coche para entrar por la otra puerta. No resultaba nada fácil debido a que tenía las manos cubiertas de sudor y Elisabeth se revolvía con todas sus ganas.
—Me has costado demasiado como para que ahora te marches así como así.
—¡No tienes ningún derecho sobre mí! —lloró Elisabeth—. Suéltame o te juro por Dios que chillaré más fuerte.
—¡Sube te he dicho, maldita seas! —vociferó Phill. Era consciente de que algunos invitados se iban acercando a ellos alertados por los gritos y los gemidos de Elisabeth. Tenía que llevársela a toda prisa.
Sopesó la idea de golpearla en la cabeza para dejarla inconsciente. Aún estaban resguardados en la oscuridad. Podría convencer a cualquiera que se acercase de que Elisabeth había bebido demasiado.
Sí, era un buen plan. Un golpe certero en la nuca y todo solucionado. Además, se revolvía demasiado para poder obligarla a entrar en el coche. Dentro no confiaba en poder retenerla. Un golpe en la base de la cabeza solucionaría el problema.
—¿No la has oído o es que, además de cobarde, eres sordo?
Phill palideció al oír la voz. Procedía de un recodo del aparcamiento, a unos cien metros, entre tras las sombras. Una figura surgió de ellas y se acercó a él con pasos rápidos. Elisabeth gimió al notar como Phill apretaba con fuerza creciente sus muñecas.
—¡Suéltala he dicho! —gritó Rodderick, corriendo hacia ellos.
Phill soltó un chillido y empujó a Elisabeth a un lado tirándola al suelo. Alcanzó el maletero de su coche y lo abrió con rapidez.
Cuando Rodderick estuvo frente a él, ya tenía el bate de aluminio entre sus manos. Una sonrisa histérica desfiguró su rostro.
—Ahora verás cómo juego yo al beisbol, Rodderick Holmes.


CAPÍTULO 16

Rodderick se fijó en Elisabeth. Trataba de ponerse de pie. Phill la había tirado como un fardo sobre la grava del aparcamiento y gemía y lloraba. Se movió en círculo para tratar de llegar hasta ella pero Phill se interpuso adivinando sus intenciones.
—Ni se te ocurra, muerto de hambre. Es mía —confirmó con una sonrisa Phill mientras ladeaba el bate como un palo de golf.
Elisabeth se quitó los zapatos de tacón para poder arrodillarse. Se había lastimado la cadera con el golpe y le dolía mucho. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía delante de ella ahogó un grito.
—¿Estás bien, Elisabeth? —preguntó Rodderick dando un paso hacia ella, sin perder de vista el bate.
—Está perfectamente, yo la cuidaré. No te necesitamos —contestó Phill apuntándole con el bate—. Harías mejor en preocuparte por tu cabeza.
Elisabeth se giró en dirección a la mansión. La gente corría hacia ellos imaginándose lo que estaba ocurriendo. Incluso Josh Walsh, el Gobernador y los guardaespaldas de éste último estaban preocupados por el incidente y acudían corriendo.
—Déjalo, Rod —gimió ella—. Está acabado, no hay más que verle, ha perdido el juicio.
Phill se giró hacia ella con una sonrisa diabólica en su rostro.
—Habré perdido el juicio, zorra, pero él perderá algo más que eso.
Y, tras una risa histérica, se lanzó hacia Rodderick con un grito.
Phill torció la cintura para imprimir fuerza al golpe. Rodderick se inclinó y flexionó las piernas. No miraba el bate, sino las piernas de Phill. Llevaba jugando desde que era un crío al beisbol; sabía perfectamente distinguir cada golpe de bate por la posición de las piernas. Y las de Phill eran sumamente fáciles de predecir.
El bate de aluminio cortó el aire a la altura de la cabeza de Rodderick, pero este ya se había agachado para evitarlo. La inercia del golpe hizo girar a Phill más de la cuenta y terminó de espaldas a Rodderick, que aprovechó para empujarle sobre el capó del coche.
Phill aterrizó sobre la carrocería y el bate de aluminio golpeó la chapa y la luna y arrancó tintineos agudos. Phill se volvió con rapidez pero Rodderick ya no estaba frente a él. Estaba encima de él. Intentó arrebatarle el bate pero Phill no lo soltó. La fuerza de Rodderick era superior a la de Phill y éste lo sabía, era cuestión de tiempo. Tenía que jugar un poco sucio. Le propinó una patada en el estómago para alejarlo de él.
El golpe traicionero pilló desprevenido a Rodderick y cayó sobre la grava, a merced de Phill, el cual sonrió triunfal al verle desprotegido. Alzó el bate sobre su cabeza para descargar el golpe de gracia.
—¡Detente, Phill Crawford! —gritó Josh Walsh.
Phill se preparó para asestar el golpe definitivo, ignorando la orden del anfitrión de la fiesta.
—¡Quieto o disparo! —chilló alguien detrás de Phill. Este alzó la cabeza incrédulo. Se volvió despacio.
Era el guardia de seguridad. El lamentable hombrecillo que mañana mismo iba a ser despedido. Pero, en aquel momento, el hombrecillo empuñaba una pistola aturdidora con la que apuntaba directamente al pecho de Phill.
—¡Es mía! —gritó para explicarse. Se giró hacia Josh Walsh manteniendo el bate en el aire—. Elisabeth Reddith es mía. Yo la saqué del agujero en que se pudría con este infeliz. La vestí y la convertí en una verdadera mujer. No podéis quitarme aquello que es mío por derecho.
Elisabeth se acercó gateando hacia Rodderick. El golpe lo había dejado sin aire y se encontraba en una posición de total indefensión. Le ayudó a incorporarse.
—¡Tus tretas fueron las causantes de que rompiese con Rodderick! —chilló Elisabeth—. Y tus mentiras y tu dinero únicamente me repugnan; no te atrevas a decir que soy de tu propiedad.
Phill leyó en la mirada grave de Josh Walsh que su súplica no iba a resultar. Buscó entonces la del Gobernador, pero éste rehusó cruzar los ojos con él, meneando la cabeza. Recorrió entonces las miradas de todos los invitados de la fiesta. Habían creado un círculo alrededor de ellos y donde quiera que mirase solo veía reflejados en sus rostros la decepción y el bochorno de presenciar aquel espectáculo.
—¡Suelta el bate, maldita sea! —gritó de nuevo el guardia de seguridad. Su tono de voz sonaba a ultimátum.
Phill Crawford se dio cuenta que, en efecto, tal y como había dicho Elisabeth, todo había acabado. Ni su prestigio ni el dinero de su familia podrían borrar de los ojos de toda aquella gente reunida el desprecio que reflejaban sus miradas. Ni acallarían los rumores que oiría a diario a partir de ahora. No había dinero suficiente para poder comprar el respeto que tan duramente se había ganado.
Pero algo le quedaba, sí. La satisfacción de ver sufrir a las dos personas que habían propiciado su caída en desgracia. El dinero sí podía comprar a los mejores abogados. En el caso improbable de que fuese enjuiciado, ninguna fianza era suficientemente alta para permitirle salir de la cárcel. Y podría empezar una nueva vida lejos de aquel maldito valle. El dinero podía hacer todo eso.
Calculó que el guardia de seguridad demoraría el disparo dos o tres segundos. Suficiente para descarga un golpe certero. Uno de los dos, Elisabeth o Rodderick recibiría un regalo difícil de olvidar. Y la pistola aturdidora sería un mal menor, perfectamente compensable con el gusto que sentiría al recordar la cabeza aplastándose contra la grava. Apretó sus dedos contra el mango del bate y lo bajó despacio, simulando su derrota.
Tal y como esperaba, el guardia de seguridad, dejó de apuntarle con la pistola aturdidora al verle bajar el bate. Aprovechó el momento y blandió el arma con decisión, decidido a dar el último golpe.
Rodderick adivinó las intenciones de Phill en cuanto adelantó el pie derecho. Todavía estaba bajando el bate, obedeciendo al guardia de seguridad, pero se imaginó la finta. Estiró la pierna derecha y trazó con ella un arco sobre el suelo.
Phil ni siquiera lo vio venir. Cuando iba a descargar el bate sobre ellos, su pie golpeó los tobillos de Phill y le hizo perder el equilibrio.
El bate salió volando por los aires, afortunadamente sin encontrarse con nadie en su camino. Phill cayó boca arriba sobre el capó de su coche y varios hombres se lanzaron sobre él y le sujetaron por los brazos, inmovilizándole.
—¡No, no, soltadme! —gritó Phill intentando zafarse sin éxito.
Varios compañeros del equipo de beisbol del Campus ayudaron a Elisabeth y Rodderick a levantarse. Ella se aquejaba del duro golpe en su cadera y él del recibido en su estómago.
El Gobernador se acercó y se inclinó sobre Phill.
—Me das asco, Phill Crawford. Ni tu apellido ni tu dinero te ayudarán en ésta. Voy a hablar con el juez y me ocuparé personalmente de que recibas todo lo que te mereces.
Phill le miró sin parpadear y luego se giró hacia Rodderick y Elisabeth que se encontraban frente a él, mirándole con desprecio.
—No soy el único a quien debéis dirigir vuestro odio; si yo caigo, caerán todos conmigo.

2 comentarios:

  1. Me encanta como escribes!!descubri tu blog por todorelatos, no soy muy dada a poner comentarios y quiza ese sea el problema de mucha gente que nos gusta leer y no agradecemos a quien nos hacer pasar un buen rato...
    Saludos!!

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  2. Desde luego estoy totalmente de acuerdo con Olivia. No somos agradecidos y ¡cuesta tan poco dedicar unos minutos a quién se ha pasado días escribiendo!
    Gracias por escribir... tan bien!!
    Saludos, Francesc

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