(Disculpad que el capítulo de hoy sea doble. Mañana no podría publicarlo a tiempo. Disfrutad, ya queda poco)
CAPÍTULO 11
La
luna menguante apareció de nuevo e iluminó con su tenue brillo la
playa. La lluvia había desaparecido y el rumor de las olas era la única
melodía que las cuatro personas en la playa podían oír. El grito de
Rodderick les había proporcionado a Phill y Mary Ann el lugar exacto y,
sin él, habría sido casi imposible encontrar nada en aquel paraje.
—Venga, Eli, nos vamos —dijo Phill dando un paso hacia ella y cogiéndola de la mano.
El brusco tirón hizo que la muchacha ahogara un gemido y levantara terrones de arena húmeda con sus pies.
Rodderick contempló el rudo espectáculo con los dientes apretados.
—Phill, espera —musitó Elisabeth oponiéndose a avanzar en dirección a la mansión—. La chaqueta.
—¿Chaqueta,
de qué hablas? —masculló irritado. La arena húmeda estaba ensuciando
los bajos de sus pantalones y también se había introducido por dentro de
sus mocasines; era realmente incómodo.
Entonces
se fijó en la chaqueta del esmoquin que cubría a su novia. Una chaqueta
negra, de hombreras anchas y rectas. Elisabeth se la estaba quitando
con cuidado cuando él la agarró y la arrugó entre sus dedos. La tela aún
estaba ligeramente húmeda. El tacto le recordó a algo blando y viscoso,
como la piel de un pútrido reptil.
La
miró unos instantes. No podía creerlo. Aquella chaqueta representaba
algo más que un gesto de cortesía o caballerosidad. Era una declaración
de intenciones, su dueño lo retaba. Quería apoderarse de lo que era
suyo.
Apretó
la mano de su novia como si fuese el collar de un perro y la miró
enfurecido. Elisabeth no le devolvió la mirada, tenía la cabeza
inclinada hacia el mar. Phill gimió desconsolado. Elisabeth parecía
avergonzada. Y en su rostro encontró, en aquel mentón fruncido, la
añoranza de un recuerdo lejano.
“Maldita
sea”, se dijo, “¿Por qué habría tenido que fijarme en esta mujer? Está
claro que jamás será mía. Podré tenerla a mi lado siempre que la colme
de regalos, pero su cabeza y su corazón nunca serán míos. No me apoyará
en nada de lo que haga, solo pondrá buena cara, una bonita sonrisa y
lucirá su cuerpo. Un cuerpo que tampoco será mío”.
Phill
Crawford cada vez se iba enfureciendo más y más a medida que el aquel
mentón fruncido iba convenciéndole de que solo tendría la cáscara de
Elisabeth, pero no su interior. Y la chaqueta de tacto pútrido que
sostenía en su mano era la causante. Era un símbolo del robo de algo que
era de su propiedad. Aunque él sólo fuese propietario de la cáscara.
Y delante de él tenía al ladrón.
Tiró la chaqueta a los pies de Rodderick.
—¡Jamás vuelvas a acercarte a mi novia! —vociferó.
Rodderick gruñó y le miró con expresión burlona mientras se agachaba a por la chaqueta.
Era el colmo de la arrogancia. Se reía de él en su propia cara. Le robaba lo suyo y no mostraba ningún respeto.
—Maldito cabrón —siseó lanzándose sobre él.
El
ataque fue fulgurante y Rodderick no se lo esperaba. Phill se lo llevó
por delante y ambos cayeron a la arena, rodando uno sobre otro. Ambos
acusaron sendos puñetazos que rozaron sus caras tratando de doblegar al
adversario y situarlo bajo él.
Mary
Ann chilló angustiada al ver la salvaje pelea. La camisa de Rodderick,
húmeda y fina, se desgarró por la costura de un hombro mientras la
chaqueta de Phill se manchaba de arena y algas oscuras. Los golpes de
Phill eran caóticos y poco certeros mientras que Rodderick no buscaba
atacar sino sólo defenderse.
Ambas
mujeres se acercaron a los hombres con la respiración cortada. La
situación había desembocado en un desenlace bochornoso. Elisabeth buscó
con la mirada la de Mary Ann con la intención de buscar una solución
para detener la pelea. En su lugar encontró unos ojos de un azul gélido y
una sonrisa.
—¡Parad, por dios! —exclamó Elisabeth al borde de la histeria.
Rodderick
consiguió levantarse y dejó que Phill también lo hiciese. Rodando por
el suelo le era complicado esquivar sus golpes y tampoco quería
lastimarlo. En realidad él no había buscado la pelea sino Phill y el
ricachón había sido un estúpido por haberla iniciado. No podía ganar de
ninguna manera; él era mucho más corpulento y le aventajaba en agilidad.
Pero tampoco quería humillarle con un golpe.
Elisabeth
corrió para interponerse entre ellos dos. No podían seguir peleando;
también ella comprendía que Phill era un iluso si creía poder vencer a
Rodderick. Pero si resultaba escarmentado no dudaba que la vida de
Rodderick cambiaría para siempre. La familia Crawford tenía una sombra
que llegaba a cualquier lugar del Campus. Y Phill usaría ese poder sin
vacilar.
Pero
entonces Phill contraatacó antes de que Elisabeth lograse interponerse.
Cogió un puñado de arena y se la lanzó al rostro de Rodderick. La
artimaña dio resultado y la imprevista distracción hizo que Rodderick se
cubriese la cara con los brazos, dejando desprotegido su estómago. El
golpe que lanzó fue demoledor. Rodderick se dobló sin aire y Phill
aprovechó para golpear su barbilla con el codo haciéndole caer hacia
atrás.
Rió
sardónico y contempló a su oponente humillado en el suelo,
retorciéndose como el pútrido reptil que era, gimiendo por el dolor de
la arena en sus ojos y el golpe en el mentón.
Pero
el escarmiento no había hecho más que comenzar. Rodderick habría de
pagar toda la frustración que tenía por la imposibilidad de poseer a
Elisabeth. Tenía que aprender que ella ya no era su novia, ahora era
propiedad de Phill Crawford.
Se acercó a su costado y le lanzó una patada a la espalda.
No
alcanzó su objetivo. Contempló incrédulo las manos de Rodderick atrapar
su pie. Era imposible, ¿cómo le había visto? Era imposible, maldita
sea.
Rodderick
se giró y barrió con una pierna la arena para golpear sobre el pie en
el que se apoyaba Phill. Cayó a la arena de espaldas. El golpe fue
fortísimo; la arena estaba húmeda y compacta y no amortiguó la caída.
Rodderick
se levantó mientras Phill gemía dolorido, incapaz aún de comprender
porque ahora estaba a merced de un enemigo al que tenía ya reducido.
—¡Deteneos!
Elisabeth
llegó a tiempo esta vez y se interpuso entre ambos. Dirigió una mirada
de clemencia hacia Rodderick y luego se agachó sobre Phill para
levantarlo.
Mary
Ann se acercó con paso calmado hacia Rodderick. En ningún momento había
sentido deseos de intervenir en la pelea. Más bien, si ella hubiese
podido, la habría propuesto mucho antes. El ver a Phill Crawford
levantarse con dificultad, apoyándose en los brazos de Elisabeth, le
producía una satisfacción indecible. Aquel payaso estúpido y engreído
había recibido su merecido.
—¿Estás bien, cariño? —sonrió Mary Ann limpiando la arena de la cara a su novio.
Rodderick no respondió.
Phill
se llevó la mano a la espalda, a la altura de los riñones. La caída
había sido demoledora. Pero el saberse derrotado pesaba más aún que el
dolor físico. Elisabeth le guió en dirección hacia la mansión.
—Vámonos, Phill, ¿estás bien? —dijo en voz baja con infinita ternura.
Phill
la miró y sonrió asintiendo. En los ojos de la mujer vio por primera
vez compasión y preocupación, emociones que eran nuevas para él.
Emociones que, supuso, eran cuñas más poderosas que el dinero y el
prestigio para poder alcanzar el amor de Elisabeth.
—Menuda paliza me ha dado, ¿eh? —preguntó buscando parecer aún más desvalido.
—Porque
tú te lo has buscado; tú iniciaste la pelea, ¿recuerdas? —Elisabeth no
veía la forma de rogar a Phill que no se ensañase con Rodderick.
—Y
la terminaré, Elisabeth. No dudes que esto no ha acabado… —Phill gimió
doblándose sobre sí. El golpe había sido fuerte, sí, pero ya casi estaba
olvidado. Aunque debía fingir para poder reclamar la atención de
Elisabeth.
La
muchacha le miraba con ojos desorbitados y rostro pálido. Su cabello
estaba desmadejado y húmedo. Si estuviesen solos, la desgarraría el
traje y la tomaría allí mismo, sobre la arena. Y no dudaba que ella le
correspondería.
Y todo ella seguía siendo suya. Mucho más que antes. Cáscara e interior.
CAPÍTULO 12
—¿Por qué no le golpeaste en el suelo? Lo tenías.
Rodderick
no respondió ni tampoco se inmutó cuando Mary Ann se acercó a él y le
tomó la cara para ver a la luz tenue de la luna el raspón en su
barbilla.
—Ese
idiota de Phill —continuó ella acariciando su piel con mimo—. Pero le
has dado su merecido. Quedó tendido en la arena como una cucaracha boca
arriba, incapaz de darse la vuelta.
Rodderick
seguía sin hablar. Se miró la camisa rota en un hombro y supuso que la
fianza del alquiler del esmoquin ya no la recuperaría. Tendría que haber
hecho caso a Mary Ann y aceptar su propuesta de regalarle el esmoquin.
Pero tampoco quería parecer un mantenido o un consorte vividor a
expensas del dinero de Mary Ann. Tendría que vender su coche porque
tampoco estaba dispuesto a llamar a sus padres para solicitarles
trescientos dólares. Al fin y al cabo él mismo se lo había buscado.
Y por aquel beso de Elisabeth volvería a repetirlo. Una vez más, y con peleas incluidas si fuese necesario.
La
mano de Mary Ann aprovechó la rotura de su chaqueta para internar una
mano sobre su pecho. Sus dedos cálidos sobre su piel provocaron al
instante una descarga de excitación que lo sacó de su ensimismamiento.
La mano descendió por los gruesos músculos del abdomen hasta internarse
dentro de los pantalones. Se giró hacia ella y contempló sus ojos
entornados y una sonrisa impúdica. Los dedos bajaron y rodearon el
contorno de su verga hinchándose. Su cercanía provocó que, al bajar la
vista hacia el escote de su vestido, una sensación lúbrica surgiese en
él. La voluptuosidad de Mary Ann era hipnotizadora.
Mary Ann estiró su sonrisa al saberse objeto del escrutinio físico.
—Estás preciosa —murmuró Rodderick.
Mary
Ann se encogió de hombros para subrayar que lo había estado durante
toda la velada y sólo para él. Asomó la punta de la lengua entre los
dientes para señalar que perdonaba su ceguera. Lo perdonaba si ahora
dejaba que sus impulsos masculinos afloraran. Y seguro que el
frotamiento sobre el miembro y los testículos de Rod acelerarían el
proceso. Notaba la sangre caliente hinchar el pene y la bolsa escrotal
revolverse alborozada.
La
mano de ella se internó más, accediendo al interior del calzoncillo,
empuñando la verga erecta. Sin dudarlo, se agachó hasta arrodillarse
sobre la arena. Desabrochó el cinturón, bajó la bragueta y deslizó el
enorme tubo de carne al exterior. Sus labios apresaron la punta del pene
mientras los dedos empuñaban el falo. Un rápido tragar de saliva por
parte de Rodderick indicó a Mary Ann que la excitación en el hombre
estaba aumentando hasta su punto álgido. Su respiración era más acusada
y, al ceñirse a su cintura, notó como la excitación crecía imparable.
Tragó el miembro y succionó sin dejar de frotar sobre la base. Rodderick
gimió ansioso. También ella estaba ansiosa de poder reclamar y
apropiarse de aquello que era suyo por derecho. Llevó una mano hacia el
trasero de Rodderick y clavó las uñas en la nalga prieta. Intensificó la
felación, extendiendo gruesos lametones sobre el pene. Los gemidos de
Rodderick se volvieron gruñidos. Tomó su cabeza con sus gruesos dedos y
los internó entre su cabello.
Por
la presión de los dedos, Mary Ann supo del inminente orgasmo. Era una
consumada feladora y todos los hombres se venían con idénticos gestos.
Avivó los frotamientos mientras succionaba con mayor ímpetu. Notaría los
estallidos de un momento a otro.
Pero Rodderick se apartó dando un paso atrás.
—Espera, por favor —gimió él disculpándose.
Mary Ann se quedó alelada. Sus labios aún conservaban el sello de la verga de Rodderick entre ellos.
Las
manos de ella quedaron suspendidas en el aire. “¿Qué clase de hombre
rechazaba una mamada?”. Boqueó el aire de sus pulmones como si la
hubiesen golpeado en el estómago. Bajó las manos para pegarlas sus
costados y no aumentar el ridículo que sentía. Se levantó sola, viendo
como él escondía su verga húmeda y se recolocaba los pantalones. Supo
con perfecta claridad que Rodderick deseaba mantener sobre su cuerpo el
recuerdo de otras manos, otros besos, otras caricias.
—No
lo comprendo —murmuró abatida. La sombra de Elisabeth no podía ser tan
larga. Él era un hombre, maldita sea. Se suponía que no pensaban.
—Lo siento, de verdad —intentó explicarse él.
Lo
cierto es que Rodderick no quería que la arrolladora sensualidad de
Mary Ann nublase el recuerdo de Elisabeth. Aunque ello significase
insultar de aquella forma a su actual novia.
Mary
Ann sollozó y Rodderick, se asombró de su propia reacción, al no
acercarse a ella para consolarla. Quería abrazarla y pedirla disculpas.
Besarla y estrecharla entre sus brazos. Sentir el calor que emanaría de
la piel ardiente de su espalda. Despojarla de su vestido, tumbarla sobre
la arena y hacerla el amor bajo el sutil brillo de la luna menguante.
Maldita sea, él quería hacerlo.
Pero su cuerpo no se movió. Sus manos permanecieron quietas y su respiración fue recuperándose de la excitación
Supo que acababa de hacer daño a una segunda mujer aquella noche.
Mary Ann atajó cualquier disculpa con un tono cortante cuando habló, tras limpiarse los labios con la mano.
—Vámonos a casa, estoy cansada.
Rodderick asintió.
Los
dos caminaron por la arena en dirección a la mansión, separados. Y,
para Rodderick, aquella separación le pareció muy distinta del abrazo
mutuo que Elisabeth y Phill se prodigaron cuando se habían marchado
minutos antes.
—No me rendiré —dijo en voz baja Mary Ann.
Rodderick la miró en la oscuridad sin comprender.
—Te
conquistaré, Rodderick Holmes. Aunque haya que arrastrase por el barro y
suplicar una migaja de tu amor. Conseguiré que la olvides. Quiero que
comprendas que mi amor por ti es incondicional. Y , tarde o temprano, te
darás cuenta que el sentimiento es mutuo.
Rodderick apretó los dientes.
"El
problema es que el sentimiento no es mutuo, Mary Ann", pensó desolado,
"No hasta que averigüe quien urdió la trama que provocó mi separación de
Elisabeth".
La mano de Mary Ann buscó en la oscuridad la de Rodderick. En su lugar encontró un puño apretado que vibraba.
“Se
debate entre su recuerdo y mis palabras”, pensó ella. “Sólo hace falta
un ligero empujón por mi parte y será mío para siempre. Y sé cómo
conseguirlo”.
“Rodderick Holmes, ya eres mío, pero aún no lo sabes”.
CAPÍTULO 13
—Olvídalo, por favor —suplicó Elisabeth.
Phill negó con la cabeza sonriente mientras arrancaba el coche.
Elisabeth sabía que sus palabras no surtirían efecto sobre Phill. Le sabía vengativo y cruel. Su respuesta confirmó sus temores.
—Oh,
no, querida, de olvidar nada —dijo abrochándose el cinturón de
seguridad. Miró el suyo y su expresión se endureció—. Abróchate el
cinturón.
Elisabeth
obedeció sin dejar de mirarle. Phill se giró en el asiento para mirar
por la luna trasera mientras daba marcha atrás para salir de la plaza.
Evitó la mirada de ella con desdén.
—Déjame
hablar con él. Te pedirá perdón, estoy segura —insistió Elisabeth
aunque ello supusiese volver a ver a Rodderick y lo que ello implicaría
para ambos—. Os daréis cuenta de que todo fue producto de un arrebato,
algo que ninguno de los dos quiso.
—La
cuestión es que yo sí que quise —respondió Phill apretando los labios y
conduciendo por la amplia avenida de la mansión para salir de allí—.
Dime que hacíais tú y él en la playa.
Elisabeth
calló. Aún no había pensado en una respuesta convincente por más que
temiese que aquella pregunta aparecía antes o después.
—Tal
y como yo lo veo, querida —dijo mirándola con sonrisa siniestra—. Tú
eres mi novia. Yo te cubro con ropas caras, te peino y te adorno con
joyas, sandalias y bolso. Yo te traje a esta fiesta. Y resulta que has
estado más tiempo con ese patético jugador de beisbol que conmigo. ¿Tú
como lo ves?
Era justamente lo que había ocurrido. Elisabeth estaba de acuerdo.
—Tú
no te divertías, Phill. Solo tratabas de pasar el mayor tiempo posible
con el Gobernador y el Decano. Solo hablabais de política. Comprenderás
que a pocas personas les resulte agradable permanecer a tu lado con ese
plan.
—Mi
plan es tu plan, Elisabeth, métetelo en la cabeza. Si te traje a la
fiesta fue para que me acompañases, no para hacer lo que te viniese en
gana, como así ha sido. Yo ordeno y tú obedeces, no es difícil de
entender.
Se
detuvieron ante las puertas de la salida. El mismo guardia de seguridad
que se dirigió a él al entrar horas antes, se inclinó sobre la
ventanilla.
—Espero que hayan disfrutado de la fiesta. ¿Desean que llamemos a un taxi si han bebido alcohol?
—No,
gracias —respondió Phill con una sonrisa de oreja a oreja—. Ábrame la
puerta, haga el favor. Y luego le aconsejo que se despida de su
compañero; mañana será despedido.
El guardia le miró con expresión sorprendida mientras indicaba a su compañero que abriese las puertas.
—¿Cómo dice?
—Lo
que ha oído —dijo Phill en cuanto se hubieron abierto las puertas.
Metió segunda y salió de la mansión con un chirriar de neumáticos.
—¿Qué has hecho? —murmuró Elisabeth.
—Hablar con Josh Walsh. Solo me limité a repetirle la impertinencia que me soltó el guardia cuando llegamos.
Elisabeth tembló y se agarró al cinturón de seguridad sin dejar de mirarle.
Ese
era el poder de Phill Crawford. Una palabra suya y un guardia de
seguridad que trabajaba para otros, era despedido. Elisabeth no pudo
reprimir un escalofrío al imaginar cómo se ensañaría con Rodderick,
trayendo un infierno a su vida con la misma facilidad.
—¿Y tu bolso?
Elisabeth sacudió la cabeza ante el cambio de tema.
—Se lo dejé a mi amiga Doris cuando salí a la playa a pasear.
Phill la miró con ojos desorbitados.
—¿Doris, quién coño es esa? —bramó colérico— ¿Tú sabes, idiota descerebrada, cuánto costó ese bolso, joder?
Phill
miró por los espejos retrovisores y, al ver que no venía nadie por
delante ni por detrás, giró el volante para dar media vuelta. El
chirriar de neumáticos fue atronador.
—¿Volvemos por un simple bolso?
—No. Volvemos por un bolso de 3400 dólares, joder.
Elisabeth ahogó un gemido. Jamás habría imaginado el valor de aquel complemento. Sabía que era caro, pero no hasta tal punto.
—No… no tenía ni idea, Phill. Pero Doris es…
—Doris
tendrá tan poca idea como tú de dinero, Elisabeth. No quiero dejar 3400
dólares en manos de quien tampoco sabe ver el valor de las cosas.
Elisabeth
se inclinó sobre Phill. Sabía que era tarde para pedir disculpas. Pero
no podía permitir que Phill y Rodderick se viesen de nuevo tan pronto.
El asunto estaba bastante turbio pero podía ensuciarse aún más.
—Vámonos, por favor, Phill, llamaré ahora mismo a Doris y…
Se detuvo en seco. Su teléfono móvil estaba en el bolso.
—¡No! —chilló Phill
señalándola con el índice— ¿Tienes idea de lo que me costó el vestido
que llevas? ¿O el traje que ese desgraciado me manchó en la playa? ¿O tu
peinado?
Elisabeth se arrinconó sobre su asiento. Nunca le había visto tan furioso con ella.
—¿Es que no te das cuenta de lo que cuestas?
Elisabeth tragó saliva sin dar crédito a lo que había oído.
—¿Eso soy para ti, una mujer que puedes comprar, vestir y arreglar como una muñeca?
—Ojalá fuese así de fácil —murmuró él.
—¿Qué has dicho? —musitó indignada, con las primeras lágrimas recorriendo sus mejillas.
En
ese momento se cruzaron con otro coche que iba en sentido contrario.
Las cuatro luces inconfundibles de un Camaro del 78 indicaron de quién
era el automóvil.
Fue
un instante, menos de un segundo. Las miradas de Elisabeth y Rodderick
se cruzaron y ambos comprendieron en la carretera oscura, sin dudarlo,
lo que estaba ocurriendo en cada vehículo. Un parpadeo de sus ojos al
unísono fue la señal que confirmaba sus impresiones.
Luego se alejaron.
Phill
se limitó a mirar con desdén desde el espejo retrovisor los faros rojos
del Camaro perdiéndose en la noche. También él sabía con quién acababa
de cruzarse. Tenía el rostro contraído por el odio. Se detuvieron de
nuevo ante las puertas de la mansión.
El
guardia de seguridad al que Phill había amonestado miró el vehículo con
desagrado manifiesto y luego abrió las puertas. Evitó mirar a Phill a
los ojos.
Phill
condujo por el jardín hasta el aparcamiento y aparcó en el mismo lugar
donde había dejado el coche horas antes. Se inclinó sobre Elisabeth y le
abrió la puerta.
—Trae el bolso, haz algo útil —ordenó con voz monocorde.
Elisabeth
se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del coche. Caminó unos
pasos por la grava en dirección a las escaleras de la entrada cuando se
volvió y se dirigió hacia la ventana de la puerta de Phill. Espero hata
que él bajó la ventanilla con gesto enfurecido sin mirarla.
—¿Qué cojones te pasa ahora?
—¿Cuánto costó el vestido que me regalaste hace tres meses?
Phill la miró ceñudo sin comprender.
—Un vestido de tirantes y falda corta, estampado con flores, entallado en la cintura. Un mensajero me lo trajo a casa.
Phill palideció al comprender.
—Ese vestido te lo regaló Rodderick.
Al instante se arrepintió de sus palabras. ¿Por qué tenía él que saber qué vestidos le habían regalado otros?
Elisabeth le dio la espalda y se dirigió hacia la mansión.
Phill notó como un sudor frío le recorría la espalda. Subió la ventanilla pero la brisa no le calmó.
CAPÍTULO 14
—Detén el coche por aquí.
Rodderick miró a Mary Ann enarcando una ceja.
—¿En el arcén?
Mary
Ann asintió con la cabeza mientras se inclinaba sobre Rodderick y
posaba una mano sobre su entrepierna. Ronroneó mientras mostraba una
sonrisa dulce.
Rodderick
presintió que si Mary Ann seguía con aquel juego, se distraería lo
suficiente para tener un accidente. La hizo caso y detuvo el coche antes
de entrar en una curva.
Mary
Ann se desabrochó el cinturón de seguridad y se removió en el asiento
para, con una elasticidad en las piernas digna de una gimnasta,
encaramarse entre él y el volante. Se subió la falda y aposentó su sexo
desnudo sobre la entrepierna de él. Pasó una mano por el pecho de
Rodderick, la deslizó por un costado, bajó por la tapicería del asiento
y, alcanzando la palanca, el asiento se reclinó de golpe hasta colocarlo
casi horizontal. Los dos rieron ante la brusca maniobra.
Rodderick
tragó saliva al ver los ojos azul zafiro de Mary Ann entornándose hasta
convertirse en finas rendijas, mientras pasaba la punta de la lengua
por los labios.
—¿Aquí? —preguntó él sin saber dónde colocar las manos.
Mary Ann se mordió el labio inferior sonriente y asintió.
"Lo
cierto es que no hay mejor momento ni lugar para echar un polvo", pensó
Rodderick, "Solos, en la noche sólo iluminada por una luna menguante".
Tomó
la cara de Mary Ann y se sorprendió al notar la piel de la chica
ardiendo. ¿Cómo sería tener a Elisabeth en aquel lugar y momento?. ¿Se
habrían atrevido a hacerlo con la sugestiva posibilidad de ser
descubiertos por cualquier coche que apareciese de repente? Quizá no.
Habrían preferido un lugar más íntimo donde poder deleitarse mutuamente
con besos y caricias, palabras susurradas y escarceos de miradas.
Rodderick se dio cuenta que no podía dejar de pensar en ella.
Una
sombra de duda cruzó en su mirada y no escapó a Mary Ann. Ella compuso
un gesto de mohín pero lo deshizo en unos segundos, recuperando su
lúbrica expresión. Se llevó las manos al cuello, liberó el nudo que
tenía en la nuca y dejó que la parte delantera de su vestido cayese
sobre su vientre. Luego cogió las manos de Rodderick y las posó sobre
sus pechos.
—Recordaremos
esta noche para siempre, mi amor —susurró Mary Ann presionando las
manos de Rodderick sobre sus senos al notar que él no lo hacía—. Esta
noche es mágica y quiero que hagamos algo diferente y especial.
Rodderick apretó los dientes. No quería hacer el amor. Pero tampoco quería insultar a Mary Ann diciéndoselo.
—Espera,
espera —dijo conteniéndola cuando se inclinó sobre él para besarle—.
Esto es muy incómodo y las piernas se me están durmiendo.
Mary Ann ladeó la cabeza sonriente.
—Tus
piernas pueden dormirse mientras lo que haya entre ellas siga bien
despierto —Las manos de Mary Ann descendieron hasta encontrar la verga
bajo el pantalón.
Los labios de ella buscaron los de Rodderick y él giró la cabeza para impedir que se encontraran.
—No, por favor, Mary Ann. No quiero recordar el final de esta fiesta así.
Mary
Ann tenía el rostro descompuesto por la lascivia. Su lengua buscaba el
lóbulo de la oreja mientras presionaba su sexo contra el de Rodderick.
Su mano se internó dentro del pantalón y no se amilanó al encontrar el
miembro empequeñecido.
—¡Ya basta! —gritó Rodderick, incapaz de contenerse por más tiempo.
El tiempo se detuvo. Mary Ann se alzó y lo miró con los ojos abiertos y la boca desencajada.
Rodderick
lamentaba de veras haber llegado a este punto pero el agobio que sentía
había crecido tanto que no pudo contenerlo. Apartó con delicadeza a
Mary Ann de encima de su cuerpo y abrió la puerta para salir del coche.
El
aire fresco de la noche le calmó y le hizo ver hasta qué punto había
rechazado a Mary Ann. No sólo había rehusado hacer el amor con ella,
también había confirmado tanto a Mary Ann como a sí mismo que sus
pensamientos estaban dirigidos hacia otra mujer.
Se apoyó en el lateral del coche. Desde su posición, las luces de la mansión aún eran visibles a lo lejos, en medio de la noche.
Una idea totalmente absurda cruzó por su mente pero fue interrumpida por el sollozar lastimoso de Mary Ann dentro del coche.
No
se atrevió a mirar adentro. Seguramente la mujer estaría destrozada. Se
sentiría ridiculizada y humillada. Estaría furiosa por haber sido
rechazada y si él la ofrecía alguna palabra de disculpa, sonaría
forzada, como en verdad sería.
Había hecho daño de verdad a Mary Ann.
Y
todo por una mujer cuya imagen no se apartaba de su cabeza. “Intento
olvidarla”, lo juro, le confesaría a Mary Ann para justificarse, “Pero
no puedo, te juro que no puedo”.
Tomó aire para llenar los pulmones. En la quietud de la noche solo el mar lejano parecía acompañar los sollozos de Mary Ann.
Rodderick tomó una decisión. No la meditó ni valoró los pros ni los contras. Sólo dejó que le guiasen sus impulsos.
Y los impulsos apuntaban en una sola dirección de la carretera.
—Lo
siento —dijo inclinándose sobre la puerta abierta del vehículo. Mary
Ann estaba recogida sobre el asiento del acompañante, ocultando su
rostro tras las rodillas, apoyada en la ventanilla de la puerta. Ni
siquiera le miró. Dudó si explicarse o no. Tenía miedo de hacerla más
daño pero Mary Ann merecía una explicación: —Elisabeth ocupa mi corazón y
lo nuestro se ha acabado. Llama a un taxi.
Las
palabras de Rodderick hicieron que Mary Ann levantase la cabeza
aterrada. Cuando lo buscó con la mirada, Rodderick ya no estaba. Miró
por la luna trasera y lo vio corriendo por el arcén, en dirección a la
mansión.
Una
máscara de genuina furia se adueñó del rostro congestionado de Mary Ann
mientras veía como Rodderick se fundía en la negrura de la noche. Sus
lágrimas fingidas cesaron de repente.
—Jamás
la tendrás, Rodderick Holmes —susurró mientras se secaba los ojos con
el dorso de la mano—. Jamás será tuya, lo juro por mi alma.
Scribes muy bien. M encanta!!!! Quiero leer tu otra novela. Xo k alla escenas picantes,jeje y con muxo amor. 1 saludo!!
ResponderEliminarKiero más!!!! Yo tambien tngo algo scrito, pero no tan largo. Me gustaria q fuese + real tu siguiente novela. Si es igual de buena, la leeré. Te e recomendado.
ResponderEliminarHay algo q no entendi y porfa si es la autora o alguien q me lo explique mire cuando eli le pregunto a phil si el le habia regaldo el vestido de flores porq respondio q fue rodderick y en la playa cuando eli le pregunto a rod lo del vestido el le dijo q no fue el, me tiene confusaaaa porfa expliquenme porq hasta el mismo rod se vio confundido cuando ella le dijo q le gusto el vestido q el le habia regalado
ResponderEliminarah????...
ResponderEliminarAunque es evidente la trama de Mary y Phil, o las estrategias urdidas por infinitos pares a lo largo de la historia del romance, siempre he creido que el detonante es el no confiar, aun así creo que todos tenemos una historia similar en el relato de nuestra vida y en ella no todo es tan claro como en una novela.
Te agradezco el toque de este escrito, en donde graficas los sentimientos sin perder el erotismo.