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martes, 21 de diciembre de 2010

ESCALERAS ABAJO

Patricia empezó a descender las escaleras apoyada en el pasamanos sin saber si podría llegar hasta la planta baja sin tropezar y caer rodando escalones abajo.
Si caminar con zapatos con tacón de diez centímetros es burlarte de la gravedad, si añades otros cinco centímetros de plataforma, ya tienes el carnet de funambulista.
Todo el equipo estaba pendiente de ella, pero sabía que ellos no estaban pendientes de su titubeante descender y no podría esperar ninguna ayuda por su parte. Y ellas, en cuanto la vieran desmontada en el suelo, reirían dando palmas.
Se colocó un mechón que caía entre sus ojos detrás de la oreja y el gesto la hizo trastabillar peligrosamente. Era complicado mirar a la cámara aparentando indiferencia ante el abismo que surgía a los pies. Pero ni siquiera la cámara fijaba su lente en su andar patoso.
Todos tenían puestos sus ojos en su cuerpo desnudo. Ellas en su peinado, el maquillaje y las joyas que vestía. Ellos en sus tetas mecidas con cada escalón o su pubis afeitado rozado a cada contoneo de caderas con sus muslos enfundados en medias de rejilla. Cada cual a lo suyo, pero todos en su cuerpo.
El macho disfrutaba de la bajada sentado en el sillón, girado sobre el respaldo, con el pene duro como una roca. El director mirando de reojo la pantalla que mostraba la imagen grabada con la cámara. Los técnicos de sonido e iluminación cuidando que ninguna sombra afeara sus tetas o su cara esculpida con polvos y coloretes. Las maquilladoras y estilistas pendientes de que no surgiese ningún brillo descompesador. Los ayudantes de cámara recogiendo y estirando cables. Los mánagers pendientes del teléfono móvil con un ojo y de los demás con el otro. Los productores con las manos en los bolsillos, ocultando los puños.
Era una simple escena que presagiaba otra de más larga y elaborada, en la que el macho se la follaba durante tres posturas donde sus tetas deberían removerse por su pecho al ritmo de cien euros el meneo, más o menos, donde la verga del macho la jodería hasta cortar la escena dos días después, cuando en los testículos se hubiese acumulado suficiente semen para filmar una espectacular corrida.
Pero si no fue la moqueta suelta sería un escalón precario o, tal vez, el inseguro andar de ella, o las altas expectativas de los demás.
El caso es que acabó desmadejada en la planta baja con dos costillas rotas, un esguince de tobillos y un moratón enorme en una teta. Por no hablar del varapalo avergonzante de una risa siniestra que se oyó a lo lejos mientras todos acudían, tarde y mal, a socorrerla.
—Se acabó la película, llamad al seguro, a ver si podemos sacar algo, por lo menos para comer hoy. Y llevadla a urgencias, creo que se ha hecho daño.

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